La
emoción de recibir un nuevo libro, una partitura que aparece de pronto, una
grabación o una película deseadas largo tiempo, se renueva cada día: no se deja
rozar por el hábito de lo cotidiano que apaga los sucesos repetidos, incluso
aquellos más excepcionales. Veinte años hace ya que llegaron a mí los cinco
primeros volúmenes de colección Cortalaire, editada por la Fundación Jorge Guillén bajo la dirección de Antonio Piedra, y aún puedo evocar nítidamente esa
hermosa sensación de los libros en las manos y el impaciente deseo de su
lectura.
Tantas devastaciones,
el primero de ellos, era también el poemario inaugural de José Jiménez Lozano; Habitación en Berkeley, de Luis Díaz Viana, de quien leía artículos –sigo haciéndolo con muchísimo interés- a los
que desde ese momento se incorporó su obra poética; después Luis Alonso, LuisÁngel Lobato y Eduardo Fraile, autores respectivos de La música del tiempo, Galería
de la fiebre y Cálculo infinitesimal,
que sumaban a la admiración sentida por Jiménez Lozano y Díaz Viana, el don
maravilloso de la amistad.
Cortalaire
alcanza su número setenta y cuatro –cuánto camino- con una antología titulada Sentados o de pie, que presenta en grupo
a nueve poetas. Luis Santana, Carlos Medrano (versos de ambos me llegaron a
través de Luis Ángel Lobato en Galería de
la fiebre), Luis del Álamo, Javier Dámaso, Mario Pérez Antolín y los que
iniciaron la serie, con la lógica excepción de Jiménez Lozano por motivos generacionales.
Aunque
provengan sus autores de un tiempo y un espacio similares, se refleja una
variedad muy rica y atractiva: esa diferencia que la voz de la poesía tiene al
manifestarse y crecer entre los versos que nos la entregan.
(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 26 de mayo de 2013)
(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 26 de mayo de 2013)