El
concepto genérico de interpretación recoge características comunes y
enriquecedoras entre disciplinas aparentemente muy alejadas. Recuerdo mi primer
encuentro con Fernando Urdiales: fue a partir de una referencia a El teatro y su doble, a lo largo de una
entrevista en la que, por diversos motivos, se mencionó el texto de Antonin
Artaud. Conocía el trabajo de Urdiales como actor y director desde muchos años
atrás, cuando en mi adolescencia comencé a asistir a los montajes de su
compañía, Teatro Corsario, que iban de Calderón de la Barca a Tennessee
Williams, de Lope de Vega a Peter Handke.
Acabo de leer Un hombre llamado teatro, un libro coordinado por Víctor M. Díez,
Luis M. García e Isaac Macho, que analiza la vida y la obra de Urdiales desde
puntos de vista muy diversos, a través de la escritura, el dibujo y la
fotografía. Percibimos de inmediato la intensidad y el cuidado, el amor por el
detalle en todo cuanto hizo. La psiquiatría, abandonada por una pasión teatral
irrefrenable; su firme compromiso político y el interés por mejorar la
situación de quienes se dedicaban al arte dramático en nuestra Comunidad.
Hace sólo unos días se presentaron
los bonos de apoyo a la realización de Godot
aprieta pero no ahoga, un documental sobre Urdiales. Éste y otros proyectos
muestran su importancia y calidad artística, pero también la amistad y el
cariño que recibió de muchísimas personas.
“Qué pocas veces estuvimos Fernando
Urdiales y yo cara a cara, mano en la mano, palabra con palabra”, ha escrito
Antonio Gamoneda. No tuve yo, tampoco, esa fortuna. De la última vez que le vi conservo
nítido, exacto, el timbre de su voz y ese silencio que lo sujeta, ya para
siempre, a mi memoria.
(Publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 5 de agosto de 2012)