Ha
muerto Eugenio Trías y se han sucedido artículos y comentarios sobre su obra,
destacando la importancia de un autor sin duda determinante en la filosofía
española contemporánea.
Al
abrir por primera vez La dispersión,
me causó cierta sorpresa que estuviera dedicado a Beethoven. Nada sabía yo
entonces de la pasión musical de Trías (“la mayor pasión quizás dentro de las
pasiones íntimas e intransferibles junto con la filosofía”, dice en su volumen
de memorias, El árbol de la vida),
pero ya nunca dejé de leerlo. Hay señales en mi ejemplar de muchos aforismos
que se abrían paso entre lo poético y lo filosófico, alimentándose de ambos,
como dejaba explícito en el texto: “El pensamiento mágico no pregunta, exclama”.
“El dilema es preguntar o cantar”.
Aunque
tuve la fortuna de conversar en varias ocasiones con él, la noticia de su
fallecimiento ha puesto ante mis ojos nuestro encuentro en la Feria del Libro
de Valladolid, donde participamos en una mesa redonda con José Luis Téllez y
Enrique Gavilán. Al término de las preguntas y respuestas, cuando cada uno se
encaminaba hacia su casa o su alojamiento, Trías me propuso tomar un whisky –lo
que en mi caso se convirtió en café…- y en un ambiente muy grato y para mí inolvidable,
habló de sus contradicciones (un fermento esencial de cuanto es pensado), de su
amor por la música (sobre la mesa estaba El
canto de las sirenas), el cine (le mencioné a Alfred Hitchcock, deliberadamente),
del papel de la filosofía en la sociedad actual y del periodismo frente al
poder político. Todo salpicado por una sonrisa irónica que relacionaba temas y subrayaba
algunas anécdotas: una manifestación más de ese talento portentoso que echamos tanto
de menos.
(Publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 17 de febrero de 2013)