Se
suceden con tal rapidez los hechos y alcanzan ya un tamaño las mentiras que la
sociedad no puede absorber más que atragantándose las noticias y análisis
políticos ante un panorama desolador, con millones de personas atenazadas por
el pánico a no encontrar un trabajo y otros millones aterrados por la
posibilidad de perderlo. Casos que en otras circunstancias habrían llevado a
una dimisión inmediata son arrollados y lanzados al olvido,
incomprensiblemente, por la llegada de nuevos escándalos ante los que una
multitud de ciudadanos muestra sólo resignación e impotencia, como si vivieran una
catástrofe inevitable.
Qué
difícil es sentir la libertad cuando todo alrededor segrega miedo. Y crece el
egoísmo, ese silencio espeso que nos aleja del sufrimiento de los demás. En un
contexto así aumenta nuestra admiración, nuestro reconocimiento hacia quienes, también
afectados por la crisis, siguen colaborando activamente en la mejora de las
condiciones de vida de muchos seres humanos que no conocen ni conocerán nunca.
Un
gran ejemplo es el poeta Luis Felipe Comendador, al que me presentaron hace
casi veinte años en Béjar, la ciudad donde siempre ha vivido: no puedo
separarle de ese paisaje en el que van naciendo sus excelentes libros y dibujos
–el último de ellos, Por lo menos estás
vivo, junto a Hugo Izarra-, sus esfuerzos para difundir la literatura a
través de publicaciones, conferencias y recitales, esa pasión noble y generosa
que le llevó a fundar Sornabique Solidario, una organización que desarrolla
proyectos de primera necesidad en varios países.
Una
esperanza que nos ayuda a ver caminos abiertos en este mundo insensible y
hostil, alzado sobre la avaricia y la indiferencia.
(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 9 de junio de 2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario