domingo, 26 de mayo de 2013

Sentados o de pie

La emoción de recibir un nuevo libro, una partitura que aparece de pronto, una grabación o una película deseadas largo tiempo, se renueva cada día: no se deja rozar por el hábito de lo cotidiano que apaga los sucesos repetidos, incluso aquellos más excepcionales. Veinte años hace ya que llegaron a mí los cinco primeros volúmenes de colección Cortalaire, editada por la Fundación Jorge Guillén bajo la dirección de Antonio Piedra, y aún puedo evocar nítidamente esa hermosa sensación de los libros en las manos y el impaciente deseo de su lectura.  
Tantas devastaciones, el primero de ellos, era también el poemario inaugural de José Jiménez Lozano; Habitación en Berkeley, de Luis Díaz Viana, de quien leía artículos –sigo haciéndolo con muchísimo interés- a los que desde ese momento se incorporó su obra poética; después Luis Alonso, LuisÁngel Lobato y Eduardo Fraile, autores respectivos de La música del tiempo, Galería de la fiebre y Cálculo infinitesimal, que sumaban a la admiración sentida por Jiménez Lozano y Díaz Viana, el don maravilloso de la amistad.
Cortalaire alcanza su número setenta y cuatro –cuánto camino- con una antología titulada Sentados o de pie, que presenta en grupo a nueve poetas. Luis Santana, Carlos Medrano (versos de ambos me llegaron a través de Luis Ángel Lobato en Galería de la fiebre), Luis del Álamo, Javier Dámaso, Mario Pérez Antolín y los que iniciaron la serie, con la lógica excepción de Jiménez Lozano por motivos generacionales.

Aunque provengan sus autores de un tiempo y un espacio similares, se refleja una variedad muy rica y atractiva: esa diferencia que la voz de la poesía tiene al manifestarse y crecer entre los versos que nos la entregan. 

(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 26 de mayo de 2013)

domingo, 19 de mayo de 2013

El experto ignorante


Sólo las grandes personalidades han mostrado siempre, junto al análisis racional de los datos, una preocupación por los seres humanos que estaban detrás de esas cifras. Constatamos, en más ocasiones de las que quisiéramos, una enorme divergencia entre lo que sucede y el relato que escuchamos a numerosos dirigentes políticos. Y no porque haya muchos mundos en el mundo –que los hay, y esa variedad es su mayor riqueza- sino porque se percibe una insalvable distancia al comparar el análisis de los objetivos y resultados y las consecuencias personales que se derivan de ellos. Hay casos en los que ya ni se puede medir la separación entre lo que dicen unos y lo que sufren otros.
Hace unos días he podido escuchar con verdadera tristeza el testimonio de un parado que pertenece a una de las asociaciones que han ido surgiendo en Castilla y León. Aparte de la impotencia que sufría, la incertidumbre ante su futuro y la angustia en la que cristalizaba lo anterior, percibí en sus palabras ese desconcierto debido a la absoluta lejanía de una parte significativa de la vida política oficial y la de un abrumador número de los ciudadanos. Hizo referencia a esa incomprensible abundancia de “asesores” que tienen como única sabiduría la de estar cerca de una estructura de poder que les da todo tipo de cobertura. Esa es una forma de corrupción gravísima y ampliamente asumida. Él insistía en la imagen de personas bien preparadas, de formación rigurosa y horizonte desolador, en contraste con la lectura frecuente de noticias que nos informan de un nuevo caso de “experto ignorante”.  
Un oxímoron que, además de factores económicos negativos, produce una gigantesca inflación de rabia y desaliento. 

(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 12 de mayo de 2013)