El jueves intervine en la sesión que la Real Academia de Bellas Artes de Valladolid dedicó a la memoria de Juan Bautista Varela, junto a Benigno Prego, Joaquín Díaz y José Delfín Val.
Recuerdo un largo paseo por Lugo, el día después de una conferencia concierto que hicimos juntos: bordeábamos la muralla y él hablaba de Juan Montes como si fuéramos a encontrarlo en cualquier momento, como si hubiera pasado por esos mismos lugares unos segundos antes. Un diálogo que podía comenzar por una descripción de ese Lugo romano, seguir por la construcción de la catedral, la poesía de Curros Enríquez y terminar por las diferencias gastronómicas entre Galicia y Castilla en una mesa de Casa Rivas. La suma de todo ello, gracias a un entusiasmo contagioso, era la verdadera experiencia de su amistad. Un entusiasmo que impulsaba sus incansables proyectos para recuperar y difundir las músicas de tantos compositores olvidados. Colaboramos juntos en esa tarea y llevamos a cabo artículos, conferencias, conciertos y grabaciones sobre Félix Antonio, Jacinto Ruiz Manzanares, los hermanos Villalba, o los mencionados Juan Montes y José Arriola. También, sobre compositores contemporáneos como nuestro querido amigo y compañero Pedro Aizpurua.
Quiero añadir una característica de Juan Bautista Varela que siempre será inspiradora para nosotros: el amor por la música, la emoción por el descubrimiento de una nueva partitura, de un dato revelador, del desconocido nombre de un músico que escribía en un pequeño lugar de Valladolid, Palencia o Lugo…Todo ello revela el profundo respeto por el trabajo de los demás y su aportación a que el polvo del tiempo no sepultase tantas y tantas partituras como había visto a lo largo de su vida: montañas de papel pautado mudo, esperando décadas, incluso siglos, para ser escuchado, para existir en su auténtica voz.