Todos somos únicos e irrepetibles, pero hay personas como Eva Gigosos a quienes se les nota inmediatamente. No llegamos a ser compañeros de estudios en el Conservatorio de Valladolid, aunque sí escuché muchos elogios a su calidad como pianista. También, claro, sobre ese temperamento suyo: su nombre, en los años de las transferencias educativas, tenía una sonoridad distinta... "Parece ser que Eva Gigosos..." contenía implícitamente una banda sonora digna del mejor Bernard Hermann...
Con el paso de los años fue desarrollándose, muy despacio, una amistad entre nosotros que es hoy esencial en mi vida. He aprendido mucho de ella: de su vocación musical y la visión pianística que desarrolla con una intuición extraordinaria; de su capacidad de gestionar, de encontrar soluciones a cualquier problema organizativo; de la entrega a su familia, desde sus padres a su nieto: para Eva vivir es amar, y se ha entregado a ese amor por encima de los intereses de su carrera profesional o del simple y tan habitual egoísmo humano.
Conmigo ha sido de una generosidad conmovedora, ha hecho suyo cada uno de mis proyectos y siempre he encontrado en ella esa fortaleza que entre nosotros está mal distribuida...
Y algo más he descubierto en Eva: que tras la fortaleza y el temperamento hay una mujer llena de ternura, de sensibilidad, de una inteligencia muy poco frecuente que ha enriquecido y alimentado con su pasión por la lectura y una capacidad de observación que me resulta fascinante.
Eva es un regalo de la vida que nunca se puede agradecer lo suficiente. Por eso siento su jubilación como un vacío que se abre ante mí, aunque me consuela saber que no hay vacío tan grande que no pueda llenar con todo lo que me ha dado.
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