lunes, 30 de septiembre de 2013

Saber es distinguir

En cada nueva encuesta se reitera la visión más que negativa de un número creciente de ciudadanos hacia sus representantes políticos, hasta llegar a considerarlos como uno de los principales problemas de nuestro país, lo que supone  un desafío de solución difícil y larga, con unas consecuencias de extraordinaria gravedad. Tanto es así que hoy la palabra “política” es directamente peyorativa y se utiliza con carácter denigratorio incluso por concejales, procuradores o diputados: “saquemos la política de esta negociación”, “usted no quiere que mejoremos, sino hacer política” o “esta huelga es claramente política”, son ejemplos constantes a los que poco a poco nos hemos acostumbrado a pesar de ser absurdos en sus términos. Todo ello lleva a ese “todos los políticos son iguales” que hace tabla rasa sin matización alguna. Es verdad que muchos políticos han tenido un comportamiento indecente –sin referirnos a los casos donde se ha cometido delito-; hay que ser en extremo escrupulosos al gestionar lo que es común y eliminar la endogamia de su estructura interna que los aísla de la sociedad. Pero no son iguales. No lo son, ni en historia ni programas, el PP, el PSOE, IU y UPL, por mencionar a los que tienen representación en las Cortes de la Comunidad. Pero es que ni siquiera lo son quienes forman parte del mismo partido: no se puede hacer un análisis tan rápido e impreciso que, por desgracia, tan habitual resulta entre quienes hablan, sin diferencia alguna, de “los franceses”, “los médicos” o “los artistas”: etiquetas que hacen muy fácil y cómodo resumir cuanto sucede en el mundo, aunque se corra el riesgo de olvidar una antigua e indispensable enseñanza: saber es distinguir.   

(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 29 de agosto de 2013)

lunes, 16 de septiembre de 2013

Las Edades y su música

Decía Carlos Castilla del Pino que un maestro lo es con independencia de lo que enseñe. Pedro Aizpurua es un perfecto ejemplo de esa idea. Desde hace más de medio siglo, su presencia en Valladolid ha sido un verdadero regalo para los músicos –Jesús Legido y Francisco García Álvarez entre ellos- que hacían un gran esfuerzo por conocer y estudiar la música contemporánea compuesta en todo el mundo. Pedro llegaba de sus viajes con un material tan valioso -y escaso en esos momentos- como las últimas obras de Ligeti, Boulez, Nono, Henze o Lachenmann. Lo compartía con la sencillez y la humildad que han ido dibujando su rostro y su voz a lo largo del tiempo. Pedro se refería a la música y, también, a las últimas exposiciones y películas, a los nuevos ensayos que iba a llenar de subrayados y originales anotaciones, muy útiles para quienes leeríamos esos textos enriquecidos por él.
No conozco a nadie que haya vivido tal número de actividades apasionadamente y a la vez tan desanclado, en una profundidad que le impide cualquier atadura o dependencia. Pedro jamás ha hablado el lenguaje obsceno del narcisismo, de esa neurótica vanidad que ensucia cuanto roza. Es evidente que una personalidad así ayuda poco a la difusión de su trabajo. Por eso he sentido una enorme alegría al saber que el próximo viernes, 20 de septiembre, volverá a interpretarse su maravillosa Cantata de las Edades del Hombre, en el Centro Cultural Miguel Delibes.

Algunos días, mientras hablamos, intento captar su estado de ánimo, sin conseguirlo nunca. Les sucede igual a otros amigos. Aunque creo que, si le preguntásemos, podría respondernos con las palabras de Pedro Casaldáliga: “No soy triste ni alegre, soy poeta”. 

(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 15 de septiembre de 2013) 

domingo, 1 de septiembre de 2013

Despedida de agosto

Este agosto que ayer se despidió me ha dejado, igual que el resto de los meses, algunas músicas y algunos libros a los que –estoy seguro- volveré. Junto a ellos, quiero recordar un encuentro de amigos de la infancia donde pude sentir lo mucho que nos unen esos primeros años en común: profesiones, ideologías y creencias muy distintas, envueltas de forma natural en una raíz común, alimentada por esos nombres, esas experiencias que no necesitaban ser explicadas. Una palabra, un gesto nos llevaban a una reacción idéntica, a una sonrisa o una mueca perfectamente sincronizadas, como un coro dirigido por ese tiempo, lejano ya, que compartimos. Además, comprobé de nuevo lo fieles que somos a un modo de comportarnos y a convertir lo aprendido muy pronto en una segunda naturaleza: quien derrapaba entonces montado en la bicicleta, frenó el coche rodeado de polvo en el camino de Castilviejo.
Al pasar por la terraza de Cubero, ya en el centro de Medina de Rioseco, vi que sólo quedaba una mesa vacía y pensé de inmediato en Adela Gutiérrez y David Frontela. Sentados y mirándose, mientras un helado iba de una sonrisa a otra, y yo contemplaba esa belleza insuperable del amor cristalizando ante mí, ajeno al ritmo que asigna el verano a los sonidos de la calle, un verano al que mi memoria les asocia.

No están allí. Lo sé. Adela ha muerto. En uno de sus poemas, James Fenton escribió: “Creo que los muertos quisieran / que llorásemos por aquello que han perdido”. Pero lo que han perdido quienes hemos amado tampoco es nuestro por completo. Nunca podremos disfrutarlo del todo, al menos con ese esplendor maravilloso que Adela y David nos regalaban, con esa felicidad que será suya para siempre.   

(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 1 de septiembre de 2013)