Crítica de Tomás Marco publicada en
El Mundo el pasado viernes.
Al año justo de su muerte, el Auditorio Nacional rindió homenaje a Ramón Barce, uno de los pioneros de la vanguardia musical histórica, hombre de cultura e iniciador de tantos proyectos. Al acto se sumaron compositores de todos los estilos y tendencias, edades y pensamientos y nada menos que 22 colegas brindaban obras en su homenaje.
Los había de su generación como González Acilu, Prieto o García Abril, compositoras como Dolores Serrano, Teresa Catalán o Carme Fernández Vidal. Un nutrido grupo de comporitores caatalanes como Sardà, Soler, Casablancas, Grèbol y Enric Ferrer, nombres bien conocidos como Cruz de Castro, Calandín, Legido, Rueda, Durán-Loriga, Pérez Maseda y David del Puerto.
Hubo piezas tonales, neotonales, atonales, impresionistas, dodecafónicas, expresionistas, repetitivas y de todas las tendencias técnicas y estéticas imaginables. Evidentemente para interpretar todo eso hacía falta alguien de enorme solvencia técnica y musical, así como de un valor a todo prueba y hasta una notable resistencia física. Se encontró en el pianista vallisoletano Diego Fernández Magdaleno, que es un artista que no rehúye estos retos y ha protagonizado ya varios aunque éste era el de mayor envergadura.
Supo defender cada pieza desde la técnica y la estética de la misma, asumiéndolas con rigor, máxima solvencia y veracidad interpretativa y haciendo que el público percibiera como fácil algo que era intrincado. Y, cómo no, el recital concluyó con una obra del maestro recordado: las Pequeñas variaciones que daban una imagen exacta de la obra de Ramón Barce, un año ya ausente pero tan presente siempre.