lunes, 23 de julio de 2012

Patio Herreriano, diez años


Al inicio de un congreso que tuvo lugar en Valladolid, Cristóbal Halffter señalaba las diferencias de reconocimiento y valoración, por parte de nuestra sociedad, entre las artes plásticas y la música. Lo hizo recordando su primera visita al Museo de Arte Contemporáneo Español Patio Herreriano, donde se reencontró con la obra de muchos amigos que fueron, además, motivo de inspiración para su música, como Eduardo Chillida, Eusebio Sempere o Manuel Rivera. Otros artistas representados en la colección también colaboraron con músicos en diferentes momentos. Es el caso de Tàpies y Mestres-Quadreny, Ponç y Guinjoan, Torner y Marco...
El museo que Halffter elogiaba está ubicado en una parte del Monasterio de San Benito, y fue objeto de reforma, restauración y ampliación, llevados a cabo por un equipo con Juan Carlos Arnuncio como director, quien ha detallado todo el proceso en Patio Herreriano. Una interpretación de la arquitectura histórica, recientemente publicado. Para el autor, “en términos de arquitectura, un museo cabe entenderlo como el lugar en el que compatibilizar una condición estática del espacio (la requerida para la contemplación de una obra de arte) y una dinámica (la que lleva implícita el recorrido que genera la contemplación de una colección)”.
Este museo, dirigido por Cristina Fontaneda, celebra una década de muestra, estudio y difusión del arte de nuestro tiempo. Una década en la que ha cambiado, como todo proyecto cultural riguroso, el espíritu de la ciudad, gracias al diálogo producido por sus propuestas –a las que suma, asimismo, un indispensable enfoque educativo- y las del resto de espacios artísticos de Valladolid.
Mis mejores deseos para los próximos diez años.

(Publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 22 de julio de 2012)

sábado, 21 de julio de 2012

Elogio a la danza

Se está difundiendo intensamente, a través de las redes sociales, una carta abierta de Josep Colom sobre el cierre del Aula de Música de la Universidad de Alcalá de Henares. Se trata de un texto escrito con la emoción de quien ha sido parte de ella desde que fue fundada y, además, con la lucidez propia de uno de los más importantes intérpretes y maestros de la actual música española.
La situación económica es muy grave. Nadie lo duda. Pero no puede hacernos perder nuestro criterio para distinguir lo importante de lo accesorio: la anulación de nuestro sentido crítico sería el peor recorte que podríamos sufrir. La cultura no es el maquillaje de una sociedad. Es tan importante que, atendiendo a la valoración que merezca en una comunidad determinada, sabremos deducir el nivel de multitud de facetas de su estructura y organización, de la propia calidad de su convivencia.             La Escuela Profesional de Danza de Castilla y León está desarrollando un excelente trabajo, con magníficos resultados tanto desde el punto de vista individual como colectivo: un grupo de estudiantes acaba de obtener un importante reconocimiento en un concurso internacional.  Pese a todo, parece ser que, entre otros profesionales, un porcentaje muy alto de músicos se quedará sin empleo. Creo que vale la pena reconsiderarlo. Conozco a algunos de los que pueden ser sustituidos por grabaciones. Son excelentes pianistas: intuitivos, dúctiles y sensibles ante las necesidades que el alumno y el profesor de danza tienen en un ámbito educativo del que son imprescindibles y al que se ocupan con el máximo rigor y entusiasmo. Se percibe de inmediato al verles y escucharles. Lo decía Martha Graham: “el movimiento nunca miente”.  

(Publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 8 de julio de 2012)

viernes, 20 de julio de 2012

Homenaje a Ángeles Porres




El programa que Eva Gigosos y yo presentamos como homenaje a Ángeles Porres no es solamente una serie de piezas secuenciadas de una forma concreta, sino que está relacionado con ella misma, con su vida. Chopin, Debussy y Scriabin forman parte de esas coordenadas que  constituyen nuestra emotividad musical, son puntos esenciales de una evolución que desemboca en el siglo XX y se abre a una enorme amalgama de estéticas de las que surgen, a su vez, las obras del resto de compositores, amigos de Angelines. Josep Soler ha compuesto una pieza en homenaje a Angelines, cuyo título responde a unos versos de Dante Gabriel Rossetti, al igual que Francisco García Álvarez, que ha tomado dos melodías populares húngaras recogidas por Kodaly, un músico especialmente querido por Angelines e importante en el concepto de su trabajo pedagógico. Junto a ellos, partituras de Pedro Aizpurua, antecesor suyo en la dirección del Conservatorio de Valladolid, Armand Grèbol y Jesús Legido que, como García Álvarez, fue alumno de nuestro conservatorio.
En el texto del programa de mano, Encarna López de Arenosa relata una anécdota que yo fecho cuando miraba a Angelines desde abajo. Eso no dice nada de la altura de Angelines, sino de la mía en aquel momento, y, sobre todo, es la prueba de cómo me resulta imposible pensar mi vida sin su presencia, sin sus palabras justas, sin esa sonrisa que es pura alegría. El caso es que yo conozco a Ángeles Porres desde que tenía que tomar aliento para medir los cinquillos en los exámenes de solfeo, desde ese tiempo que era feliz, maravillosamente feliz, aunque yo no lo sabía. Dice Rafael Sánchez Ferlosio que “los días felices los pone allí el recuerdo. Por eso son tan tristes”. Yo no sabía, insisto, que era feliz cuando paseaba por el vestíbulo del Hospital Viejo, vigilado por los retratos de Schubert y Wagner. No lo sabía cuando una voz, puede que la de Angelines, decía: “A ver, el repente”, y ponía ante mí un manuscrito que mis ojos de niño veían con una dificultad que no he vuelto a advertir después en toda la música contemporánea.
Y esa dulzura, siempre. En una escuela rabínica echaban un poco de miel en las letras para que los niños, al pasar el dedo sobre su forma, se lo llevaran a los labios. Así aprendían no solamente un contenido concreto, sino que el saber es dulce. No que se prescinda del esfuerzo, desde luego. Pero sí que la pasión por el conocimiento, el gozo de pensar como decía Albert Einstein, es uno de esos momentos dulces de la vida. Angelines, metafóricamente, no ha dejado de derramar esa miel sobre los pentagramas, y quienes hemos aprendido y seguimos aprendiendo de ella cada día, no dejamos de sentir ese aroma dulce que es, creo, la sustancia que nos une a ella con tanta seguridad y tanta fuerza.
Y la lealtad, siempre. La lealtad es uno de los poquísimos dones que no se dan directamente al destinatario. Porque demostramos la lealtad en ausencia de la persona a la que somos leales. Se es leal, ineludiblemente, en ausencia del otro, y es esa lealtad la que lo hace presente. Por eso, también, queremos tanto a Angelines, y por esa natural empatía, por buscar lo común para entender mejor las posibles divergencias y convertirlas en un crecimiento mutuo. Y sentir los problemas e intentar solucionarlos sin actuar con superioridad. Para Álvaro Siza, arrogante es lo que traiciona el contexto. Se refiere, naturalmente, a la arquitectura, pero podemos trasladarlo a las relaciones personales y encontrar el mismo sentido. Como a esa idea de Carlos Castilla del Pino, según la cual en la medida en que hay una ostentación hay también una deficiencia. Angelines sabe que lo verdaderamente nuestro siempre es aquello que hemos dado. Toda su vida ha sido así: con Ángel, sin el que es imposible entenderla; un hombre que, discretamente, ha dado desde hace tantos años, el principal apoyo emocional y un infatigable estímulo en su trabajo. Ellos y sus hijos, son una familia abierta a todos.
Querida Angelines: un día, mientras estábamos ante una mesa repleta de papeles, me dijiste: “Diego, me gusta trabajar contigo”. Jamás lo olvidaré. Mi vida hubiera sido muy distinta si no te hubiera conocido cuando era un niño que sólo estaba seguro de que deseaba ser músico. Ahora, treinta años después, sigo con esa única certeza.
Hemos trabajado juntos, hemos reído juntos y hemos llorado juntos.
Gracias por todo, Angelines.
Te quiero mucho. 

lunes, 2 de julio de 2012

El silencio de Chiara


El fulgor de la ceniza, de Fernando Pizarro, es un maravilloso recorrido por Medina de Rioseco solamente posible gracias a esa emoción que enciende la memoria: el latido humano que habita siempre en el interior de cualquier acontecimiento. El primer lugar que menciona este libro es el Monasterio de Santa Clara, cuya esencia quiere recogerse en una exposición, Chiara,  que se podrá visitar en el Museo de San Francisco hasta el 8 de julio próximo. Documentos –la Bula fundacional, concedida por Inocencio VIII en 1491-, libros –la Regla del convento, de 1498, y la Regla de Tordehumos, de 1561, junto a volúmenes de épocas posteriores-, pinturas, esculturas e incluso la reproducción de un íntimo espacio monástico: una mesa, un baúl y un lecho de enorme sencillez y delicadeza.
 Miguel García Marbán ha coordinado una muestra con los elementos básicos, a través de textos y obras artísticas, de una forma singular de sentir el mundo y habitar en él. Es un acierto introducir en el espacio del museo un punto clave del edificio de las Clarisas de Rioseco: el ámbito -que es también, sin duda, la hermosa metáfora de un ideal de vida- en el que conviven el jardín, la huerta y el cementerio. Se logra, entre otras razones, porque hay que salir al exterior del museo y encontrar esa luz común antes de acceder a la cripta. Y envolviéndolo todo, invisible y constante, un silencio conmovedor. Ramón Andrés señala que “hay un silencio que procede del desacuerdo con el mundo, y otro silencio que es el mundo mismo”. Hay una enorme belleza en despojarse de todo ese ruido que nos rodea y dejarse llenar por un silencio que resulta ser, en tantas ocasiones, el auténtico oxígeno de nuestro mundo interior.

(Publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 24 de junio de 2012)