Estoy
seguro de que Ángeles Porres Ortún ha vivido muchas emociones en las aulas. Su
modo de entender la educación, con las implicaciones personales que conlleva,
producen hermosos frutos, merecedores por sí mismos de cualquier esfuerzo. Uno
muy especial, sin duda, se produjo cuando un alumno ciego, al término de una de
las clases, le expresó este deseo: “¡cuánto daría yo por ver tu cara!”, que
manifiesta la gran sensibilidad pedagógica de la persona que tenía frente a él.
Ángeles
Porres ha ingresado en la Real Academia de Bellas Artes de Valladolid con un
discurso dedicado, naturalmente, a la música en la educación, donde
recorre la importancia otorgada a la música en el devenir de la historia,
uniéndola y relacionándola con otras disciplinas en un arco que sufre tensiones
abundantes y complejas como ocurre en ese constante diálogo entre un contenido
concreto y su inserción en un época determinada. Junto a ello, esa voluntad
irrenunciable de acercar el hecho musical a todos, no sólo a compositores,
intérpretes o investigadores.
Ángeles
Porres Ortún -mi querida Angelines-, ha estado esperándome en muchos lugares,
extendiendo ante mí las generosas manos de la cordialidad y la delicadeza. Por
eso, al darle la bienvenida en nombre de la Real Academia de Bellas Artes,
sentí mezcladas la ilusión y la sorpresa, al ser yo quien la estaba esperando,
por primera vez. Forma parte de nuestra institución académica una gran
profesora, una mujer de cualidades extraordinarias que están sostenidas y
alentadas por una bondad sincera, por un contagioso espíritu que favorece la
cooperación y el entendimiento, en la certeza de que el saber y el amor tienen
por delante un camino infinito.
(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 31 de marzo de 2013)
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