Cuando
comencé a trabajar como profesor en el Conservatorio de Valladolid, la fortuna me
regaló un maravilloso grupo de alumnos que, además del ya imaginable interés
por la música, sentía una enriquecedora curiosidad por toda forma artística y
otros muchos ámbitos del conocimiento. Esa actitud les acompaña hoy en sus
diversas profesiones, y resulta indispensable para perseguir con rigor la
medida de un saber artificialmente separado, que necesita de una constante
interrelación para ser comprendido en profundidad.
Uno
de esos niños era Borja Santos Porras. Siempre tuvo una gran sensibilidad y
preocupación hacia los problemas de sus compañeros, y no me ha extrañado que
ese comportamiento generoso creciera hasta convertirse en el centro de su vida,
dedicada a la ayuda y cooperación internacional en varios países. Ecuador y Etiopía
han tenido una importancia especial, y de ambos va a quedar un testimonio
significativo: la comprometida y lúcida mirada de Borja sobre aquellos lugares que
conoce y ama.
Si
en 2010 fue Ecuador, ahora es Etiopía la destinataria de una exposición
fotográfica en el Espacio Joven de Valladolid, formada por una pequeña muestra
de las más de cinco mil imágenes tomadas por él, que abarcan la diversidad
etíope y el enorme cambio que se está produciendo, transformador de las
personas y de los paisajes. Su cámara refleja esa evolución y, por supuesto, su
propia subjetividad, situada en la fértil frontera de quien no es nativo pero
tampoco extranjero. Desde allí, Borja Santos nos sitúa ante un espacio que de
inmediato arroja esas preguntas primordiales, postergadas tantas veces: un
encuentro donde África es algo más que un arañazo en nuestra conciencia.
(Artículo publicado el El Mundo, edición de Castilla y León, el 23 de diciembre de 2012)
(Artículo publicado el El Mundo, edición de Castilla y León, el 23 de diciembre de 2012)
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