domingo, 9 de diciembre de 2012

Oración paralela


Al conocer la triste noticia de su muerte, leo de nuevo algunas de las cartas que Luis de los Cobos me envió desde 1994, año en el que está fechada la primera de ellas. Abro los sobres con ese pequeño temblor que sacude a la memoria cuando un tiempo se cierra para siempre y las palabras nos trasladan, sin esfuerzo alguno, al momento en el que llegaron a través del correo, recién escritas.
No había escuchado el nombre de Luis de los Cobos hasta que Miguel Frechilla lo pronunció en una de sus clases. Le mostré de inmediato mi curiosidad por estudiar las partituras de su amigo, nacido como él en Valladolid, y al que circunstancias de diversa índole habían llevado a residir en Ginebra. Sólo más tarde supe de la enorme fortaleza que constantemente opuso a la adversidad y al dolor.
Ignoro de qué podía yo hablarle, salvo por lo que deduzco de sus respuestas, pero me causaba asombro –y me conmueve ahora- la sinceridad con la que se dirigía a mí, expresándome el urgente deseo de finalizar ciertas obras frente a la enfermedad acechante, o la tristeza producida por la escasa presencia de su música en España. Todo esto estuvo presente en una conversación, inolvidable, que mantuvimos mientras dábamos un largo paseo por la ciudad donde transcurrió su infancia y juventud. Compró unos juguetes para sus nietos y vi que proyectaba en ellos una idea de felicidad llena de frescura y, también, de alivio y consuelo. Nos despedimos. Nuestra correspondencia fue espaciándose poco a poco y sus posteriores visitas me encontraron siempre de viaje.
Escucho una de sus primeras piezas. Le digo adiós y vienen, sin avisar, dos versos de Juan Gelman: “En mi puerta el sol dora / pasados por venir”. 

(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 9 de diciembre de 2012)

1 comentario:

HArendt dijo...

Todos seguimos vivos de alguna manera cuando permanecemos en el recuerdo de los seres queridos. Un abrazo desde Gran Canaria.