sábado, 1 de diciembre de 2012

Límite del espejismo


Desde el comienzo de la crisis resulta curioso comprobar cómo una parte del léxico económico se ha incorporado naturalmente a las conversaciones de quienes, hasta el momento, jamás habían empleado esa terminología, ni mostrado el menor interés por estos asuntos. Así, en cualquier reunión podemos escuchar acaloradas discusiones entre un profesor de música y un botánico, pongo por ejemplo, a propósito de las “acciones preferentes”, el “relevamiento de las expectativas del mercado” o la “volatilidad de un valor”, apreciándose un especial énfasis en “la demanda agregada” o el “swap de divisas”.
Nunca he entendido que una materia primordial y omnipresente como la economía estuviera incluida de un modo tan escaso en los planes de estudio. Pero pienso que el empleo de estos conceptos está menos relacionado con un imprescindible afán por conocer que con el factor clave de todo tiempo crítico: el miedo. Al nombrar nos sentimos más seguros, y deseamos que ese aparente control del lenguaje nos permita dominar el temor y la angustia. Además, cuando se hace el esfuerzo de comprender algo para lo que no se tienen instrumentos de análisis, suele caerse en la intransigencia o en la melancolía, y la primera prueba es el alejamiento de un entorno, el propio, que sí se puede interpretar.
Al ponerse de relieve el drama de una pobreza que se agrava cada día, al ver cómo hay personas que se suicidan mientras quienes tienen orden de desahuciarles suben por la escalera de su vivienda, se ha desmoronado el espejismo de ser expertos en lo que se ignora, para sentir una empatía que nos acerque a quienes sufren y nos permita abrir un camino urgente y eficaz ante esta devastación económica y ética. 

(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 25 de noviembre de 2012)

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