Sólo
las grandes personalidades han mostrado siempre, junto al análisis racional de
los datos, una preocupación por los seres humanos que estaban detrás de esas
cifras. Constatamos, en más ocasiones de las que quisiéramos, una enorme
divergencia entre lo que sucede y el relato que escuchamos a numerosos
dirigentes políticos. Y no porque haya muchos mundos en el mundo –que los hay,
y esa variedad es su mayor riqueza- sino porque se percibe una insalvable distancia
al comparar el análisis de los objetivos y resultados y las consecuencias
personales que se derivan de ellos. Hay casos en los que ya ni se puede medir
la separación entre lo que dicen unos y lo que sufren otros.
Hace
unos días he podido escuchar con verdadera tristeza el testimonio de un parado
que pertenece a una de las asociaciones que han ido surgiendo en Castilla y
León. Aparte de la impotencia que sufría, la incertidumbre ante su futuro y la
angustia en la que cristalizaba lo anterior, percibí en sus palabras ese desconcierto
debido a la absoluta lejanía de una parte significativa de la vida política
oficial y la de un abrumador número de los ciudadanos. Hizo referencia a esa
incomprensible abundancia de “asesores” que tienen como única sabiduría la de
estar cerca de una estructura de poder que les da todo tipo de cobertura. Esa
es una forma de corrupción gravísima y ampliamente asumida. Él insistía en la
imagen de personas bien preparadas, de formación rigurosa y horizonte
desolador, en contraste con la lectura frecuente de noticias que nos informan
de un nuevo caso de “experto ignorante”.
Un
oxímoron que, además de factores económicos negativos, produce una gigantesca
inflación de rabia y desaliento.
(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 12 de mayo de 2013)
(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 12 de mayo de 2013)
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