Conozco
a quienes se dedican a la política por una voluntad de participación activa
dentro del espacio común, arraigada en un ideario ético y en el deseo de
ponerlo en práctica con la mayor honradez, generosidad y eficacia. Conozco,
también, a quienes un partido les proporciona salidas profesionales que no
alcanzarían nunca por sí mismos, y, al igual que ha sucedido a lo largo de la
historia, no faltan aquellos que disfrutan del ejercicio del poder, entendido
como una pulsión analizada, en numerosas ocasiones, desde el punto de vista
psicológico. Hay otros modelos, entre ellos los que se derivan de la mezcla de
los mencionados y de sus matizaciones, pero estos ya abarcan un espectro lo
suficientemente amplio como para que no comparta -y me preocupen- las cada vez
más desmesuradas proclamas de la antipolítica,
una actitud basada, con frecuencia, en un populismo que bordea -cuando no
rebasa- valores democráticos fundamentales. Tampoco, claro está, para que
pierda el asombro ante muchas declaraciones y comportamientos de cargos
públicos que se sitúan de espaldas a los intereses urgentes de las personas, destinatarias
de su actividad y la razón misma que justifica su trabajo.
Buena
parte de la sociedad ve a sus representantes políticos ajenos a los problemas
reales, ensimismados en disputas irrelevantes y estériles, reaccionando con una
lógica incomprensible para quienes sufren las terribles consecuencias de una
crisis económica que está causando tanto dolor y resulta agravada por la falta de
confianza en las mujeres y los hombres que deberían hallar las soluciones y son
percibidos, por un número creciente de ciudadanos, como un factor añadido que
incrementa su angustia.
(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 3 de marzo de 2013)
2 comentarios:
Dolorosa y magníficamente explicado, y compartido, amigo Diego. Muchas gracias. Un abrazo fuerte.
Muchas gracias, querido amigo.
Un fuerte abrazo,
Diego
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