Miguel
Frechilla acostumbraba a colocar un adhesivo rojo a las publicaciones en las
que aparecía. Era común, por razones obvias, verlos brillar en libros o
revistas musicales, pero también los recuerdo en obras de Francisco Javier
Martín Abril o Antonio Corral Castanedo, a quienes leía –igual que a tantos
otros- por indicación de Miguel. Una tarde, al buscar nuevos textos para esa
semana encontré Un año de mi vida, de
Miguel Delibes, adornado por el inconfundible círculo. Frechilla me hablaba con
admiración y afecto de un hombre considerado ya como uno de los grandes escritores
contemporáneos, y me mostró el comentario en el que le citaba.
Años
atrás, había publicado la revista del colegio San Buenaventura de Medina de
Rioseco un comentario mío sobre Tres
pájaros de cuenta. Esas impresiones infantiles me producían el cariño
especial que se siente hacia lo nunca repetido. Por eso, cuando Frechilla me
presentó a Delibes y le mencionó esa anécdota, sentí un efecto simultáneo de
pudor y emoción. En aquel momento conocía un buen número de novelas suyas, pero
no me atreví a decírselo. No dije nada, creo. Delibes hablaba con una riqueza y
una precisión léxica deslumbrantes. Le escuchaba atónito y maravillado,
intentando que mi memoria retuviera la experiencia de escuchar una voz que
hasta entonces me había llegado sólo a través de la lectura.
En
otros encuentros posteriores, acompañado por Frechilla o por Félix Antonio
González, sí mencioné a los personajes de sus novelas que sentía más cerca de
mí, de ese mundo durísimo en ocasiones, donde los seres humanos y su paisaje se
esculpían mutuamente forjando una pasión rigurosa y profunda que muchos no
podemos separar de sus palabras.
(Artículo publicado el El Mundo, edición de Castilla y León, el 17 de marzo de 2013)
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