lunes, 16 de septiembre de 2013

Las Edades y su música

Decía Carlos Castilla del Pino que un maestro lo es con independencia de lo que enseñe. Pedro Aizpurua es un perfecto ejemplo de esa idea. Desde hace más de medio siglo, su presencia en Valladolid ha sido un verdadero regalo para los músicos –Jesús Legido y Francisco García Álvarez entre ellos- que hacían un gran esfuerzo por conocer y estudiar la música contemporánea compuesta en todo el mundo. Pedro llegaba de sus viajes con un material tan valioso -y escaso en esos momentos- como las últimas obras de Ligeti, Boulez, Nono, Henze o Lachenmann. Lo compartía con la sencillez y la humildad que han ido dibujando su rostro y su voz a lo largo del tiempo. Pedro se refería a la música y, también, a las últimas exposiciones y películas, a los nuevos ensayos que iba a llenar de subrayados y originales anotaciones, muy útiles para quienes leeríamos esos textos enriquecidos por él.
No conozco a nadie que haya vivido tal número de actividades apasionadamente y a la vez tan desanclado, en una profundidad que le impide cualquier atadura o dependencia. Pedro jamás ha hablado el lenguaje obsceno del narcisismo, de esa neurótica vanidad que ensucia cuanto roza. Es evidente que una personalidad así ayuda poco a la difusión de su trabajo. Por eso he sentido una enorme alegría al saber que el próximo viernes, 20 de septiembre, volverá a interpretarse su maravillosa Cantata de las Edades del Hombre, en el Centro Cultural Miguel Delibes.

Algunos días, mientras hablamos, intento captar su estado de ánimo, sin conseguirlo nunca. Les sucede igual a otros amigos. Aunque creo que, si le preguntásemos, podría respondernos con las palabras de Pedro Casaldáliga: “No soy triste ni alegre, soy poeta”. 

(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 15 de septiembre de 2013) 

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