jueves, 18 de octubre de 2012

La ciudad de plata


Cuando visitamos con frecuencia cualquier lugar, descubrimos siempre algo que nació en las ocasiones anteriores y ha ido creciendo, silenciosamente, en nuestra memoria. Dice el neurólogo Antonio Damasio que en la base de cada pensamiento racional hay una emoción. Lo recuerdo ahora, tras un largo paseo por Burgos, como si fuera descifrando la ciudad con otros ojos: guiado por un libro de Óscar Esquivias, La ciudad de plata, que cumple una función de intérprete para quien la recorre: un filtro situado entre un edificio, una calle o un jardín, que mezcla la experiencia del autor, sus emociones, y las nuestras.
Hay, sin duda, una ciudad invisible que sólo se aparece a quienes la habitan y es producto de la intimidad del tiempo y el espacio. Descubrimos paisajes que tienen una vida, la de Esquivias en este caso, que para mí es conmovedoramente familiar: ambos pertenecemos a la misma generación y compartimos referencias sociales, políticas, artísticas, e incluso los héroes infantiles, las series de televisión y una forma irrepetible de acercarse al cine y evolucionar desde los títulos, autores y directores que poblaban las carteleras de nuestra adolescencia hasta el ámbito estético que hoy a los dos nos interesa.
Son constantes la delicadeza y el cariño con los que Óscar Esquivias describe a Burgos en estas páginas -minuciosas al detallar el aroma de flores y plantas, o el vuelo de mirlos y verderones- que guardan el itinerario de su vocación literaria a través de una ciudad iluminada por poetas escondidos en los más diversos oficios.
Y he podido imaginar el invierno sobre una arquitectura y un entorno que permiten "sentir el susurro del río como si fuera un remordimiento". 

(Artículo publicado el El Mundo, edición de Castilla y León, el 14 de octubre de 2012)

3 comentarios:

Diego Fernández Magdaleno dijo...

He dado a "publicar" en los comentarios de Merche Pallarés y Pedro Ojeda y no han salido. Ignoro la razón.
Lo siento.

Isabel Barceló Chico dijo...

Bellísimo artículo. Ese susurro del río como un remordimiento me parece una idea conmovedora. Saludos cordiales.

Diego Fernández Magdaleno dijo...

Muchas gracias, Isabel.
Un beso,

Diego