A Teresa Catalán le encantó esta imagen tomada por Javier Ecay en Madrid, tras el homenaje a Agustín González Acilu.
Con Claudio Prieto. Detrás, Agustín González Acilu, Marta Cureses, Teresa Catalán, 
su mujer, su agente, un relaciones públicas, un afinador, cocinero, criado, conductor de camión, ingeniero de sonido, productor de discos (había vuelto a la RCA) y amigos de su mujer que sabían jugar a la canasta; pretendía reproducir en cualquier lugar las condiciones de vida de su casa; quiso siempre tener sobre la mesa su lenguado gris y su pollito, que era lo único que podía deslizarse sin dificultad por su tubo digestivo; anuló conci
ertos por los más variados motivos: de salud física, por no tener buena disposición de ánimo, o porque no se habían vendido todas las entradas y su 80% no era lo suficientemente alto. Gran dominador como de constumbre en el escenario y divo en la vida. Pero artista inigualable y, a diferencia de la mayoría de sus colegas, capaz todavía de encontrar nuevas piezas para su repertorio. 
En 1991 participé en un concierto con motivo del bicentenario de la muerte de Mozart. Entre los compañeros de ese acto estaba José-Ramón Echezarreta. Le conocí ese día. Desde entonces, dieciocho años de profunda amistad y de trabajo común en el conservatorio, tanto en las aulas como en el equipo directivo durante cuatro años. Y por supuesto, nuestro dúo de pianos, los ensayos, conciertos y grabaciones, con la convivencia y los viajes que lleva aparejados.