Acaba de publicarse un nuevo libro de Fernando Colina, De locos, dioses, deseos y costumbres: setenta de los artículos que ha escrito para El Norte de Castilla, en una magnífica edición de El Pasaje de las Letras.
Hay estudios sociológicos y periodísticos que definen las razones por las que son más o menos leídos los artículos publicados en la prensa escrita. En una visión general y prototípica, se suceden los saltos de un titular a otro, hasta que un impulso de diverso carácter, pero centrado en el tema del texto, provoca su lectura.
Lo contrario tiene lugar cuando el lector busca al articulista, independientemente del tema que aborde. Muchos comenzamos el sábado buscando a Colina en las páginas de El Norte de Castilla. Rodeado por comentarios a esa realidad que, saturada de su propia representación, se convierte en sucedáneo de sí misma, encontramos un estallido de lucidez en su esperada crónica del manicomio.
Colina escribe sobre cuestiones esenciales. Por ello, cuando hemos olvidado la mayoría de los artículos referidos a una actualidad casi ficticia, al menos en la importancia que se le atribuye, sus palabras siguen apareciendo, a modo de grito o de susurro, a lo largo de la semana, hasta que llega el sábado y lo enlazamos al siguiente, igual que hacemos con el deseo, si es que estamos sanos.
En el prólogo, Fernando Colina afirma que “el artículo de prensa está destinado a su desaparición y a ser sustituido en veinticuatro horas por otro que pronto caerá también en el olvido”. Por esta causa, él mismo considera que “la mayor trampa en la que puede caer un autor vivo es recopilar sus artículos periodísticos”.
Para Fernando Savater, un libro de artículos tiene sentido si cada artículo se ha escrito previamente con el propósito de ser parte de un libro. Ignoro si Colina tuvo en algún momento la intención de reunirlos pero, de no ser así, ha conseguido un resultado idéntico. Es más, la lectura continuada de estos artículos, convenientemente ordenados y divididos en cuatro secciones –locos, dioses, deseos y costumbres-, nos da una perspectiva diferente a la ofrecida por cada uno de ellos más la semana que los separa. Como en la obra artística, el todo, una vez más, no es igual a la suma de las partes. Acumulaciones, recurrencias y contradicciones se manifiestan con una tensión mucho mayor al estar cosidos en un mismo tomo.
Hay palabras que aparecen una y otra vez en estos artículos. Algunas de ellas están en los títulos de otros libros de Fernando Colina: cinismo, delirio, desconfianza, deseo, tiempo. El tiempo, las palabras y el deseo, atraviesan esta obra, marcada por el rigor y la belleza, pero lejos del arrogante positivismo actual que el autor cuestiona tanto como cualquier otra creencia ciega, insuficiente y, en último término, destructiva.
Leo todo aquello que Fernando Colina escribe. Le admiro y respeto profundamente: estoy convencido de que es uno de los intelectuales más importantes de nuestro país, y responde a una idea de Carlos Castilla del Pino según la cual un maestro lo es independientemente de lo que enseñe.
Hay estudios sociológicos y periodísticos que definen las razones por las que son más o menos leídos los artículos publicados en la prensa escrita. En una visión general y prototípica, se suceden los saltos de un titular a otro, hasta que un impulso de diverso carácter, pero centrado en el tema del texto, provoca su lectura.
Lo contrario tiene lugar cuando el lector busca al articulista, independientemente del tema que aborde. Muchos comenzamos el sábado buscando a Colina en las páginas de El Norte de Castilla. Rodeado por comentarios a esa realidad que, saturada de su propia representación, se convierte en sucedáneo de sí misma, encontramos un estallido de lucidez en su esperada crónica del manicomio.
Colina escribe sobre cuestiones esenciales. Por ello, cuando hemos olvidado la mayoría de los artículos referidos a una actualidad casi ficticia, al menos en la importancia que se le atribuye, sus palabras siguen apareciendo, a modo de grito o de susurro, a lo largo de la semana, hasta que llega el sábado y lo enlazamos al siguiente, igual que hacemos con el deseo, si es que estamos sanos.
En el prólogo, Fernando Colina afirma que “el artículo de prensa está destinado a su desaparición y a ser sustituido en veinticuatro horas por otro que pronto caerá también en el olvido”. Por esta causa, él mismo considera que “la mayor trampa en la que puede caer un autor vivo es recopilar sus artículos periodísticos”.
Para Fernando Savater, un libro de artículos tiene sentido si cada artículo se ha escrito previamente con el propósito de ser parte de un libro. Ignoro si Colina tuvo en algún momento la intención de reunirlos pero, de no ser así, ha conseguido un resultado idéntico. Es más, la lectura continuada de estos artículos, convenientemente ordenados y divididos en cuatro secciones –locos, dioses, deseos y costumbres-, nos da una perspectiva diferente a la ofrecida por cada uno de ellos más la semana que los separa. Como en la obra artística, el todo, una vez más, no es igual a la suma de las partes. Acumulaciones, recurrencias y contradicciones se manifiestan con una tensión mucho mayor al estar cosidos en un mismo tomo.
Hay palabras que aparecen una y otra vez en estos artículos. Algunas de ellas están en los títulos de otros libros de Fernando Colina: cinismo, delirio, desconfianza, deseo, tiempo. El tiempo, las palabras y el deseo, atraviesan esta obra, marcada por el rigor y la belleza, pero lejos del arrogante positivismo actual que el autor cuestiona tanto como cualquier otra creencia ciega, insuficiente y, en último término, destructiva.
Leo todo aquello que Fernando Colina escribe. Le admiro y respeto profundamente: estoy convencido de que es uno de los intelectuales más importantes de nuestro país, y responde a una idea de Carlos Castilla del Pino según la cual un maestro lo es independientemente de lo que enseñe.
(El Norte de Castilla)
2 comentarios:
Colina me ha dedicado su libro con estas palabras:"Para J.A. hombre de Rioseco, que es decirlo todo". Tu que le conoces y lees; tu te sabes como nadie Rioseco, ¿serías capaz de traducirme la dedicatoria?
Ya sé que la respuesta la tiene el autor; pero es de mal gusto preguntarselo.
Fernando Colina recuerda con cariño los años en los que venía a Rioseco a pasar consulta. La galería de personajes que encontró le habrá llevado a muy diversas reflexiones sobre el lugar. Supongo.
En cualquier caso, la frase es hermosamente ambigua y, por tanto, mejor será que el secreto nunca sea desvelado.
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