Iberia, de Isaac Albéniz, es una de las obras fundamentales de toda la historia de la música pianística. Esto, unánimemente reconocido en la actualidad, ha sido fruto del tesón de algunos pianistas y su defensa a ultranza por parte de creadores como Olivier Messiaen.
Iberia es, en la música española, una frontera a partir de la que se abren posibilidades ignoradas de un lenguaje fundido al piano con procedimientos tan interdependientes que es difícil saber cuál de ellos es causa y cuál efecto. Albéniz no dejó de lado sus convicciones estéticas, que de manera tan vehemente defendió ante sus contemporáneos, sino que las hizo avanzar hacia una abstracción cada vez mayor. Despojó lo accesorio sin renunciar a la densidad, en ocasiones extrema, de un tejido contrapuntístico, armónico y dinámico difícilmente superable, al llevar al límite las posibilidades del instrumento, no sólo desde el punto de vista estrictamente técnico del intérprete, sino también del instrumento como medio. Es, por tanto, una complejidad que no rechaza la transparencia de su engranaje y que entre los matices extremos no hay nada arbitrario o gratuito. Con todo, el mundo subterráneo de Iberia tiene su acceso vedado a quienes busquen un sentido ingenuo reducido a los tópicos más simples: hay en ese fondo un deseo intenso de recordar. La primera de sus doce piezas, “Evocación”, nos sirve de pauta inicial: Albéniz, desde Francia y en los últimos años de su vida, elabora el resumen de todo cuanto ha sido importante e irrenunciable. Y lo hace sin concesiones, sin sensiblería ni afectación alguna. Aunque sea una categoría tangencialmente unida a la música, hay una conmovedora verdad que envuelve toda la partitura y a la que no debe sustraerse el pianista que se adentre en ella.
En lo interpretativo se produce una elección entre la coherencia y la lógica. Cuando se valora el mejor o peor acierto en lo conveniente de unas interpretaciones y otras, podemos preguntarnos si debe ser prioritaria la lógica como corrección de los razonamientos, o la coherencia, como lógica subjetiva de aplicación en un determinado conjunto. Al elegir la primera, deberían ser indiscutibles las premisas para poder denominarlas correctas y, por consiguiente, las variaciones del resultado final serían mínimas, incluso en los matices más sutiles. ¿Pertenece esta opción a lo esencial de la música, cuando necesita del compositor y del intérprete? La segunda opción, más abierta, debe tener límites, dado que la coherencia puede construir desde criterios totalmente alejados de una base objetiva imprescindible para mantener, aunque parezca paradójico, la unidad estética necesaria. Existe una intersección de ambas que suaviza la tensión dialéctica que generalmente se mantiene sin motivos sólidos. Creo que la edición crítica de Iberia -verdaderamente definitiva- realizada por el gran pianista Guillermo González, resuelve muchos de los problemas mantenidos hasta ahora. Un esfuerzo extraordinario que ha resultado crucial, tanto como su grabación de la obra, de una emoción e inteligencia llevadas al más alto nivel, en el que sólo tienen cabida los artistas que saben destejer y tejer para nosotros el secreto de la música. Guillermo González es uno de ellos. No es posible encontrar una versión de Iberia con mayor autenticidad, sutileza y pasión.
En lo interpretativo se produce una elección entre la coherencia y la lógica. Cuando se valora el mejor o peor acierto en lo conveniente de unas interpretaciones y otras, podemos preguntarnos si debe ser prioritaria la lógica como corrección de los razonamientos, o la coherencia, como lógica subjetiva de aplicación en un determinado conjunto. Al elegir la primera, deberían ser indiscutibles las premisas para poder denominarlas correctas y, por consiguiente, las variaciones del resultado final serían mínimas, incluso en los matices más sutiles. ¿Pertenece esta opción a lo esencial de la música, cuando necesita del compositor y del intérprete? La segunda opción, más abierta, debe tener límites, dado que la coherencia puede construir desde criterios totalmente alejados de una base objetiva imprescindible para mantener, aunque parezca paradójico, la unidad estética necesaria. Existe una intersección de ambas que suaviza la tensión dialéctica que generalmente se mantiene sin motivos sólidos. Creo que la edición crítica de Iberia -verdaderamente definitiva- realizada por el gran pianista Guillermo González, resuelve muchos de los problemas mantenidos hasta ahora. Un esfuerzo extraordinario que ha resultado crucial, tanto como su grabación de la obra, de una emoción e inteligencia llevadas al más alto nivel, en el que sólo tienen cabida los artistas que saben destejer y tejer para nosotros el secreto de la música. Guillermo González es uno de ellos. No es posible encontrar una versión de Iberia con mayor autenticidad, sutileza y pasión.
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