En
cada nueva encuesta se reitera la visión más que negativa de un número
creciente de ciudadanos hacia sus representantes políticos, hasta llegar a
considerarlos como uno de los principales problemas de nuestro país, lo que
supone un desafío de solución difícil y
larga, con unas consecuencias de extraordinaria gravedad. Tanto es así que hoy la
palabra “política” es directamente peyorativa y se utiliza con carácter
denigratorio incluso por concejales, procuradores o diputados: “saquemos la
política de esta negociación”, “usted no quiere que mejoremos, sino hacer
política” o “esta huelga es claramente política”, son ejemplos constantes a los
que poco a poco nos hemos acostumbrado a pesar de ser absurdos en sus términos.
Todo ello lleva a ese “todos los políticos son iguales” que hace tabla rasa sin
matización alguna. Es verdad que muchos políticos han tenido un comportamiento
indecente –sin referirnos a los casos donde se ha cometido delito-; hay que ser
en extremo escrupulosos al gestionar lo que es común y eliminar la endogamia de
su estructura interna que los aísla de la sociedad. Pero no son iguales. No lo
son, ni en historia ni programas, el PP, el PSOE, IU y UPL, por mencionar a los
que tienen representación en las Cortes de la Comunidad. Pero es que ni
siquiera lo son quienes forman parte del mismo partido: no se puede hacer un
análisis tan rápido e impreciso que, por desgracia, tan habitual resulta entre
quienes hablan, sin diferencia alguna, de “los franceses”, “los médicos” o “los
artistas”: etiquetas que hacen muy fácil y cómodo resumir cuanto sucede en el
mundo, aunque se corra el riesgo de olvidar una antigua e indispensable
enseñanza: saber es distinguir.
(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 29 de agosto de 2013)
(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 29 de agosto de 2013)
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