sábado, 31 de marzo de 2007

Rafael Moneo


La ampliación del Museo del Prado se ha presentado hoy. Toda la atención se centraba en el arquitecto Rafael Moneo, responsable de la obra. Al leerlo en la prensa digital, he recordado la reciente visita que algunos miembros de la Real Academia de Bellas Artes hicimos a La Mejorada, una magnífica finca propiedad de Moneo.
Esta foto corresponde a ese día. Disfrutamos mucho. Félix-Antonio González aparece con Moneo y conmigo. Félix tiene un sentido del humor excepcional. Se empleó a fondo.
Moneo me pareció un hombre apasionado por lo que hace. Por la arquitectura, naturalmente, pero también por cualquier otra actividad. Hablaba de las viñas con enorme delicadeza y una ilusión fresca, estimulante al venir de una persona con una trayectoria de amplísimo reconocimiento internacional.
Dejamos para muy pronto una visita a La Mejorada con nuestro común amigo Antonio Baciero.
Será, sin duda, otro día feliz.

jueves, 29 de marzo de 2007

Frechilla y Zuloaga


En 1956, Miguel Frechilla (Valladolid, 1925-2001) ingresó, como profesor de Música de Cámara, en el Conservatorio de Música de Valladolid. Pedro Zuloaga (Palencia, 1930) comenzó su trabajo como profesor de Estética e Historia de la Música un año después, en 1957. Tras varias conversaciones -la primera idea de formar un dúo se la expresó Frechilla a Zuloaga en una postal desde París en 1953- el contacto diario en el Conservatorio hizo que el proyecto de hacer música juntos cristalizase definitivamente.
En las notas al programa de un concierto del dúo en la Universidad Complutense de Madrid, celebrado el 27 de noviembre de 1995, Luciano Reinoso Robledo describe así esos inicios: “Primeros tanteos: Teatro Carrión de Valladolid el 2 de febrero de 1959, junto al violinista Luis Navidad, y 28 de diciembre del mismo año en el Teatro Gran Vía de Salamanca. Tras esta vela de armas el espaldarazo, la presentación oficial, el auténtico arranque de su carrera concertística. Aconteció el 13 de marzo de 1960: Palau de la Música de Barcelona con la Orquesta Sinfónica de aquella ciudad dirigida por el maestro Juan Pich Santasusana”. Aunque en ocasiones se han dado diferentes fechas en cuanto a la presentación oficial del dúo, esta sucesión que hace Reinoso Robledo es la que Frechilla y Zuloaga consideraron más ajustada a la realidad.
A partir de ese momento, el trabajo del dúo se prolongará, intenso y constante, durante algo más de cuarenta años. La interpretación a dos pianos ofrece unas peculiaridades frente a otras formaciones camerísticas. Frechilla y Zuloaga alcanzaron una impecable fusión con un mérito añadido: ambos tenían temperamentos muy distintos e incluso conceptos diferentes desde el punto de vista técnico, lo que nunca fue obstáculo -quizá, incluso, se convirtiera en estímulo- para llegar a ese extraordinario nivel de compenetración.
El Teatro Real, la Fundación Juan March, el Teatro Monumental o el Auditorio Nacional de Madrid, el mencionado Palau de la Música de Barcelona y la práctica totalidad de las sociedades filarmónicas españolas, han sido escenarios en los que el dúo Frechilla-Zuloaga ha desarrollado su carrera musical en nuestro país.
En 1974, para celebrar el concierto número cien del dúo, tuvo lugar un homenaje en el Teatro Calderón de Valladolid. El compositor Pedro Aizpurua, a propósito de este acto publicó un texto que reproduzco parcialmente: “Gran actuación del dúo pianístico y de la Orquesta de Cámara con el maestro Spiteri. Había una gran expectación para este concierto, último del curso de la Sociedad Vallisoletana de Conciertos, por el doble aliciente de la presencia en el programa de excelente dúo pianístico Miguel Frechilla y Pedro Zuloaga, tan admirados en nuestra ciudad, y del homenaje que la Sociedad tributaba a los mismos por su indiscutible categoría artística, reconocida en nuestra ciudad, en toda España y fuera de ella. (…) En el escenario del teatro Calderón, lugar del acontecimiento, se reunieron la orquesta y las distintas representaciones de las citadas entidades. (…) Aparte del homenaje, la actuación de los dos grandes pianistas no pudo ser más brillante. La calidad artística, sus conocimientos musicales, la exigente técnica han sido descubiertas hace tiempo y creemos que en esta ocasión y en este Concierto en mi bemol mayor para dos pianos y orquesta de Mozart, han dejado una vez más constancia de sus extraordinarias cualidades de intérpretes, y de su ideal compenetración”.
Pero cuando este homenaje se produjo, Frechilla y Zuloaga ya habían comenzado su carrera internacional. El primer concierto fuera de España tuvo lugar en 1965, en el Gran Teatro de Burdeos. A partir de ahí, el dúo recorrió países como Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia, Italia, Bélgica, Suiza o Malta. La crítica fue unánime en la valoración artística de los pianistas. Kate Rivers, en The Washington Post, escribe: “Los recitales a dos pianos son siempre muy interesantes y el concierto del domingo por Miguel Frechilla y Pedro Zuloaga en la Wolf Trap Barns no fue una excepción. Porque este dúo de pianistas fue más allá de proporcionarnos un entretenimiento; su repertorio y sincronización fueron algo que no se olvida”. “En su escogido y bello programa demostraron cómo los dos pueden tocar como si fueran uno. Ambos tienen unas técnicas impecables y consiguen ricos efectos de sus instrumentos. Pero, aún más importante que el hecho de que técnicamente estén perfectamente emparejados es el factor de que son portadores de una sola mente musical”. “El auditorio no les dejaba marcharse, aun después de la interpretación de varias obras españolas maravillosas, y así se despidieron entre constantes ovaciones”. Irida, en el Periódico de la Universidad de la Amistad de los Pueblos, de Moscú señaló que “los profesores del Conservatorio de Moscú, como los especialistas en su instrumento, han señalado la nobleza extraordinaria del sonido de la música española cuando al teclado la tocan los dedos de Miguel y Pedro. Los profesores moscovitas han dicho que aquí, por desgracia, eso no tiene lugar en la interpretación de estas músicas. Ahora Moscú está convencido de que la música española además de ser bellísima es también noble”.
Quizá estos dos textos resuman los centenares de críticas que se han escrito sobre Frechilla y Zuloaga. Por un lado, su amor por la música española, de la que fueron permanentes embajadores por todo el mundo y, por otro, su calidad técnica al servicio de un único concepto musical, tan evidente como reflejó Ángel-Luis García Fraile: “Frechilla y Zuloaga han llegado ya a un punto culminante en su brillante carrera pianística, en el que sería inútil hablar de acoplamiento o exactitud en sus interpretaciones, por cuanto éstos resultan obvios para el oyente. Pero es precisamente ahora en que la coherencia entre ellos es absoluta, cuando ambos se pueden entregar a un auténtico refinamiento de sus versiones”.
Algo que pudo comprobarse en lugares como el Cami Hall o la Universidad de Nueva York, el Bjorling Concert Hall en St. Peter (Minnesota), el Auditorio de Saint Olaf en Northfield (Minnesota), la Universidad de Wisconsin, el Conservatoire Royal de Musique o la Sala Gótica del Ayuntamiento en Bruselas, Great Hall de Leeds, el Auditorio de Cagliari, la Sala Casella de Roma, la Sala Molière o la Universidad Paul Valéry de Montpellier, la Biblioteca Española de París, el Casino de Berna, el Palacio de las Naciones Unidas de Ginebra, el Teatro Manoel de La Valletta, la Academia de las Ciencias y la Sociedad Musical Rusa en Moscú, además de multitud de grabaciones para la radio y la televisión de la mayoría de los países en los que han actuado.
El catálogo de música para dos pianos es muy amplio. Frechilla y Zuloaga han trabajado una parte muy importante de ese repertorio, que incluye obras de muy diversas estéticas y han dedicado especial atención a la música española. Desde los Conciertos para dos instrumentos de tecla de Antonio Soler, hasta estrenos absolutos de obras contemporáneas, algunas escritas expresamente para Frechilla y Zuloaga. Destaco entre ellas, Calidoscopio de Xavier Montsalvatge, Improvisación en forma de rondó y 2 F-Z de Pedro Aizpurua, Blue Talks de Luis de los Cobos o Tres danzas cántabras de Miguel Ángel Samperio. Además, Miguel Frechilla y Pedro Zuloaga han enriquecido notablemente el repertorio con sus magníficas transcripciones, en la línea de Enrique Granados y Frank Marshall, es decir, entendiendo la transcripción de un piano a dos pianos no para dividir, sino para ampliar. Esos trabajos han sido muy valorados por especialistas de todo el mundo y, aunque se han centrado especialmente en obras de Isaac Albéniz y Enrique Granados, también han abarcado partituras de Antonio Vivaldi o Franz Liszt.
En 1974, Frechilla y Zuloaga grabaron el primer disco íntegramente dedicado a música española para dos pianos. El sello Movieplay se encargó de la edición, al igual que del siguiente disco. En el primero -Música española para dos pianos. Frechilla-Zuloaga-, grabaron obras de Antonio Soler, Juan Altisent, Pedro Aizpurua, y de Javier Alfonso. En el segundo -Frechilla-Zuloaga a dos pianos- los autores incluidos fueron Alexander Scriabin, Serguei Rachmaninov, Antonin Dvorak, Jean Françaix, Arthur Benjamin, Carlos Guastavino y Darius Milhaud.
El tercer disco, editado por R.C.A., estaba integrado por cuatro autores: Gabriel Fauré, Francis Poulenc-, Igor Strawinsky y Dmitri Shostakovich. El cuarto -Dúo Frechilla Zuloaga- tuvo una gran repercusión, puesto que obtuvo el Premio Nacional a la obra fonográfica más destacada por sus valores culturales y artísticos. En él, Frechilla y Zuloaga eligieron un repertorio formado por obras de Wolfgang Amadeus Mozart, Robert Schumann, Aram Khachaturian, Lennox Berkeley y Witold Lutoslawski.
Ya en formato de disco compacto, Frechilla y Zuloaga realizaron su siguiente grabación, en esta ocasión para Several Records, y que volvió a estar formada, íntegramente, por música española: Isaac Albéniz, Enrique Granados, Joaquín Rodrigo, Xavier Montsalvatge, Pedro Aizpurua y Carlos Suriñach.
El último de los registros discográficos del dúo Frechilla-Zuloaga fue también editado por Several Records, y dedicado íntegramente al compositor Antonio Soler, con sus Seis conciertos para dos instrumentos de tecla.
Por todo ello, Miguel Frechilla y Pedro Zuloaga obtuvieron importantes distinciones a lo largo de su dilatada carrera, como el nombramiento de Miembros de Honor de la Universidad Paul Valéry de Montpellier, la Insignia de Oro de la Universidad Complutense de Madrid, la instauración del Premio de Piano Frechilla-Zuloaga de la Diputación Provincial de Valladolid o la concesión del Premio Castilla-León de las Artes 1999.

miércoles, 28 de marzo de 2007

Antonio Novo

En Medina de Rioseco hay muchos lugares llenos de belleza. No voy a referirme a los más conocidos. En este momento, mi recuerdo se concentra en un espacio al que dotaba de vida un hombre inteligente y bueno: Antonio Novo. En la calle Mayor, su casa: un inolvidable recinto en el que pasé buena parte de mi adolescencia.
Tras cruzar unas habitaciones se llegaba a lo que Toto definía como “sus dominios”. La primera vez que entré, pude sentir lo mismo que un aventurero ante un tesoro inesperado; esa belleza perdida, como una luz lejana en la memoria: instrumentos musicales, partituras, relojes, fotografías, cuadros, dibujos y todo tipo de herramientas. Tenía multitud de cámaras fotográficas, y en el cuarto de revelado hablábamos mientras las imágenes tomaban forma en la humedad del papel. En la planta baja, junto a un órgano construido por su hijo mayor, tocaba el violín y yo el piano. Bach y Schubert, sobre todo.
Nos separaban muchos años, más de medio siglo, pero la amistad es ajena a cualquier cronología. Sin embargo, como consecuencia de esa distancia, me hizo querer a familiares míos a los que no conocí. Estudió música con mi bisabuelo Toribio y fue amigo de sus hijos, entre ellos Pablo, mi abuelo. Toto los evocaba con su voz grave, inconfundible, en contraste con su cuerpo, muy delgado en los últimos años. Era un ejemplo de afabilidad, de la humilde comprensión que entiende la convivencia con auténtica sabiduría.
Nunca podré agradecerle todo lo que me enseñó. A mí y a cuantas personas tuvieron la fortuna de conocerle.

martes, 27 de marzo de 2007

Iberia


Iberia, de Isaac Albéniz, es una de las obras fundamentales de toda la historia de la música pianística. Esto, unánimemente reconocido en la actualidad, ha sido fruto del tesón de algunos pianistas y su defensa a ultranza por parte de creadores como Olivier Messiaen.

Iberia es, en la música española, una frontera a partir de la que se abren posibilidades ignoradas de un lenguaje fundido al piano con procedimientos tan interdependientes que es difícil saber cuál de ellos es causa y cuál efecto. Albéniz no dejó de lado sus convicciones estéticas, que de manera tan vehemente defendió ante sus contemporáneos, sino que las hizo avanzar hacia una abstracción cada vez mayor. Despojó lo accesorio sin renunciar a la densidad, en ocasiones extrema, de un tejido contrapuntístico, armónico y dinámico difícilmente superable, al llevar al límite las posibilidades del instrumento, no sólo desde el punto de vista estrictamente técnico del intérprete, sino también del instrumento como medio. Es, por tanto, una complejidad que no rechaza la transparencia de su engranaje y que entre los matices extremos no hay nada arbitrario o gratuito. Con todo, el mundo subterráneo de Iberia tiene su acceso vedado a quienes busquen un sentido ingenuo reducido a los tópicos más simples: hay en ese fondo un deseo intenso de recordar. La primera de sus doce piezas, “Evocación”, nos sirve de pauta inicial: Albéniz, desde Francia y en los últimos años de su vida, elabora el resumen de todo cuanto ha sido importante e irrenunciable. Y lo hace sin concesiones, sin sensiblería ni afectación alguna. Aunque sea una categoría tangencialmente unida a la música, hay una conmovedora verdad que envuelve toda la partitura y a la que no debe sustraerse el pianista que se adentre en ella.
En lo interpretativo se produce una elección entre la coherencia y la lógica. Cuando se valora el mejor o peor acierto en lo conveniente de unas interpretaciones y otras, podemos preguntarnos si debe ser prioritaria la lógica como corrección de los razonamientos, o la coherencia, como lógica subjetiva de aplicación en un determinado conjunto. Al elegir la primera, deberían ser indiscutibles las premisas para poder denominarlas correctas y, por consiguiente, las variaciones del resultado final serían mínimas, incluso en los matices más sutiles. ¿Pertenece esta opción a lo esencial de la música, cuando necesita del compositor y del intérprete? La segunda opción, más abierta, debe tener límites, dado que la coherencia puede construir desde criterios totalmente alejados de una base objetiva imprescindible para mantener, aunque parezca paradójico, la unidad estética necesaria. Existe una intersección de ambas que suaviza la tensión dialéctica que generalmente se mantiene sin motivos sólidos. Creo que la edición crítica de Iberia -verdaderamente definitiva- realizada por el gran pianista Guillermo González, resuelve muchos de los problemas mantenidos hasta ahora. Un esfuerzo extraordinario que ha resultado crucial, tanto como su grabación de la obra, de una emoción e inteligencia llevadas al más alto nivel, en el que sólo tienen cabida los artistas que saben destejer y tejer para nosotros el secreto de la música. Guillermo González es uno de ellos. No es posible encontrar una versión de Iberia con mayor autenticidad, sutileza y pasión.

lunes, 26 de marzo de 2007

La crónica de Colina


Acaba de publicarse un nuevo libro de Fernando Colina, De locos, dioses, deseos y costumbres: setenta de los artículos que ha escrito para El Norte de Castilla, en una magnífica edición de El Pasaje de las Letras.
Hay estudios sociológicos y periodísticos que definen las razones por las que son más o menos leídos los artículos publicados en la prensa escrita. En una visión general y prototípica, se suceden los saltos de un titular a otro, hasta que un impulso de diverso carácter, pero centrado en el tema del texto, provoca su lectura.
Lo contrario tiene lugar cuando el lector busca al articulista, independientemente del tema que aborde. Muchos comenzamos el sábado buscando a Colina en las páginas de El Norte de Castilla. Rodeado por comentarios a esa realidad que, saturada de su propia representación, se convierte en sucedáneo de sí misma, encontramos un estallido de lucidez en su esperada crónica del manicomio.
Colina escribe sobre cuestiones esenciales. Por ello, cuando hemos olvidado la mayoría de los artículos referidos a una actualidad casi ficticia, al menos en la importancia que se le atribuye, sus palabras siguen apareciendo, a modo de grito o de susurro, a lo largo de la semana, hasta que llega el sábado y lo enlazamos al siguiente, igual que hacemos con el deseo, si es que estamos sanos.
En el prólogo, Fernando Colina afirma que “el artículo de prensa está destinado a su desaparición y a ser sustituido en veinticuatro horas por otro que pronto caerá también en el olvido”. Por esta causa, él mismo considera que “la mayor trampa en la que puede caer un autor vivo es recopilar sus artículos periodísticos”.
Para Fernando Savater, un libro de artículos tiene sentido si cada artículo se ha escrito previamente con el propósito de ser parte de un libro. Ignoro si Colina tuvo en algún momento la intención de reunirlos pero, de no ser así, ha conseguido un resultado idéntico. Es más, la lectura continuada de estos artículos, convenientemente ordenados y divididos en cuatro secciones –locos, dioses, deseos y costumbres-, nos da una perspectiva diferente a la ofrecida por cada uno de ellos más la semana que los separa. Como en la obra artística, el todo, una vez más, no es igual a la suma de las partes. Acumulaciones, recurrencias y contradicciones se manifiestan con una tensión mucho mayor al estar cosidos en un mismo tomo.
Hay palabras que aparecen una y otra vez en estos artículos. Algunas de ellas están en los títulos de otros libros de Fernando Colina: cinismo, delirio, desconfianza, deseo, tiempo. El tiempo, las palabras y el deseo, atraviesan esta obra, marcada por el rigor y la belleza, pero lejos del arrogante positivismo actual que el autor cuestiona tanto como cualquier otra creencia ciega, insuficiente y, en último término, destructiva.
Leo todo aquello que Fernando Colina escribe. Le admiro y respeto profundamente: estoy convencido de que es uno de los intelectuales más importantes de nuestro país, y responde a una idea de Carlos Castilla del Pino según la cual un maestro lo es independientemente de lo que enseñe.

(El Norte de Castilla)