Como siempre, en cada cumpleaños, dabas las gracias y sonreías. Hoy, aunque por vez primera no puedo felicitarte, escucho tu voz mientras el día se levanta y busco por dónde caminar sin miedo al dolor y a la derrota. No hay que mirar al suelo para seguir tus pasos: sólo el aire sostiene la bondad y la belleza, porque ambas necesitan ser respiradas para renacer auténticas.
Hace poco de tu muerte y, sin embargo, el mundo -mi pequeño mundo- se ha llenado de ruinas donde había un orden que aparentaba ser firme, tan perfectamente construido… Lo estábamos viendo y ya no lo tenemos. Por eso la tristeza huele a bosque recién talado, porque con ese aroma se despide. Y así la música, Pedro, la poesía de tu vida, sigue iluminando nuestro corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario