Escuchar a Francesc Mitjana era siempre una alegría. Escuchar su voz y mirar sus ojos, que hablaban tanto como sus labios y sus inconfundibles gestos. Paco se refería a una Barcelona que vivió intensamente. Él ensanchó mi amor por su ciudad gracias a esa memoria que dejaba fluir en cada encuentro.
Me cuesta creer que cuando regrese a Barcelona no voy a verle sentado junto a Josep, trayendo ante mí el mundo de su juventud, para que no se pierda el fulgor de toda esa belleza que siempre brilló en él.
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