viernes, 20 de julio de 2012

Homenaje a Ángeles Porres




El programa que Eva Gigosos y yo presentamos como homenaje a Ángeles Porres no es solamente una serie de piezas secuenciadas de una forma concreta, sino que está relacionado con ella misma, con su vida. Chopin, Debussy y Scriabin forman parte de esas coordenadas que  constituyen nuestra emotividad musical, son puntos esenciales de una evolución que desemboca en el siglo XX y se abre a una enorme amalgama de estéticas de las que surgen, a su vez, las obras del resto de compositores, amigos de Angelines. Josep Soler ha compuesto una pieza en homenaje a Angelines, cuyo título responde a unos versos de Dante Gabriel Rossetti, al igual que Francisco García Álvarez, que ha tomado dos melodías populares húngaras recogidas por Kodaly, un músico especialmente querido por Angelines e importante en el concepto de su trabajo pedagógico. Junto a ellos, partituras de Pedro Aizpurua, antecesor suyo en la dirección del Conservatorio de Valladolid, Armand Grèbol y Jesús Legido que, como García Álvarez, fue alumno de nuestro conservatorio.
En el texto del programa de mano, Encarna López de Arenosa relata una anécdota que yo fecho cuando miraba a Angelines desde abajo. Eso no dice nada de la altura de Angelines, sino de la mía en aquel momento, y, sobre todo, es la prueba de cómo me resulta imposible pensar mi vida sin su presencia, sin sus palabras justas, sin esa sonrisa que es pura alegría. El caso es que yo conozco a Ángeles Porres desde que tenía que tomar aliento para medir los cinquillos en los exámenes de solfeo, desde ese tiempo que era feliz, maravillosamente feliz, aunque yo no lo sabía. Dice Rafael Sánchez Ferlosio que “los días felices los pone allí el recuerdo. Por eso son tan tristes”. Yo no sabía, insisto, que era feliz cuando paseaba por el vestíbulo del Hospital Viejo, vigilado por los retratos de Schubert y Wagner. No lo sabía cuando una voz, puede que la de Angelines, decía: “A ver, el repente”, y ponía ante mí un manuscrito que mis ojos de niño veían con una dificultad que no he vuelto a advertir después en toda la música contemporánea.
Y esa dulzura, siempre. En una escuela rabínica echaban un poco de miel en las letras para que los niños, al pasar el dedo sobre su forma, se lo llevaran a los labios. Así aprendían no solamente un contenido concreto, sino que el saber es dulce. No que se prescinda del esfuerzo, desde luego. Pero sí que la pasión por el conocimiento, el gozo de pensar como decía Albert Einstein, es uno de esos momentos dulces de la vida. Angelines, metafóricamente, no ha dejado de derramar esa miel sobre los pentagramas, y quienes hemos aprendido y seguimos aprendiendo de ella cada día, no dejamos de sentir ese aroma dulce que es, creo, la sustancia que nos une a ella con tanta seguridad y tanta fuerza.
Y la lealtad, siempre. La lealtad es uno de los poquísimos dones que no se dan directamente al destinatario. Porque demostramos la lealtad en ausencia de la persona a la que somos leales. Se es leal, ineludiblemente, en ausencia del otro, y es esa lealtad la que lo hace presente. Por eso, también, queremos tanto a Angelines, y por esa natural empatía, por buscar lo común para entender mejor las posibles divergencias y convertirlas en un crecimiento mutuo. Y sentir los problemas e intentar solucionarlos sin actuar con superioridad. Para Álvaro Siza, arrogante es lo que traiciona el contexto. Se refiere, naturalmente, a la arquitectura, pero podemos trasladarlo a las relaciones personales y encontrar el mismo sentido. Como a esa idea de Carlos Castilla del Pino, según la cual en la medida en que hay una ostentación hay también una deficiencia. Angelines sabe que lo verdaderamente nuestro siempre es aquello que hemos dado. Toda su vida ha sido así: con Ángel, sin el que es imposible entenderla; un hombre que, discretamente, ha dado desde hace tantos años, el principal apoyo emocional y un infatigable estímulo en su trabajo. Ellos y sus hijos, son una familia abierta a todos.
Querida Angelines: un día, mientras estábamos ante una mesa repleta de papeles, me dijiste: “Diego, me gusta trabajar contigo”. Jamás lo olvidaré. Mi vida hubiera sido muy distinta si no te hubiera conocido cuando era un niño que sólo estaba seguro de que deseaba ser músico. Ahora, treinta años después, sigo con esa única certeza.
Hemos trabajado juntos, hemos reído juntos y hemos llorado juntos.
Gracias por todo, Angelines.
Te quiero mucho. 

3 comentarios:

Merche Pallarés dijo...

Qué homenaje más bonito le has dedicado a Angelines Porres. Seguro que le ha llegado al alma. ¡Me ha llegado a mi...! Besotes, M.

Diego Fernández Magdaleno dijo...

Muchísimas gracias, querida Merche.
Fue muy emocionante.
Besos,

Diego

Eva María dijo...

Para mí también lo fue. Gracias a todos por la colaboración.