martes, 23 de diciembre de 2025

La memoria encendida

Los ciclos vinculados intensamente con la emoción se superponen en la memoria y, en ocasiones, como me sucede con la Navidad, se borra la perspectiva del tiempo y todo resulta ser un instante único. Ese nacer continuo que lo impregna tiene para mí un espacio: Medina de Rioseco. Y la memoria camina como Vanessa Redgrave al inicio de Regreso a Howards End y siente la melancolía en cada paso mientras la casa es pura luz. Así llego a la calle del Pescado y puedo verme con toda la familia en la Nochebuena, preparándonos para la misa del Gallo, con la voz de Gabriel Pellitero temblando en la maravillosa iglesia de Santa María. El Niño, en el centro; nosotros, rodeándolo. Y me parece que, simultáneamente, cantamos villancicos del siglo XVI con algunos compañeros de la Coral Almirante Enríquez: la música en la niebla de diciembre, la historia que nos convoca y la amistad que nos une, son un hecho que por sí mismo nos trasciende.

Y en ese paseo del tiempo están los escaparates con las miradas infantiles en el vaho de los cristales; el aroma de los dulces, los saludos y felicitaciones que no deberían ser excepcionales en el calendario.

Los recuerdos de la Navidad conviven inseparables: se dan vida los unos a los otros. Por eso, aunque mi padre falleciese un año antes del nacimiento de mi hijo, puedo verlos juntos en los soportales de la calle Mayor, mientras los Reyes Magos encienden un misterio que jamás termina.

El Día de Valladolid, 23 de diciembre de 2025.

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