viernes, 15 de junio de 2018

En memoria de Milagros Díez-Quijada

Cada edificio tiene un olor que le es propio, un olor al que se adhieren los recuerdos. Ayer, al subir por las escaleras a la casa de Milagros, olía a Bach intensamente. 
Al cruzarse conmigo, cualquier persona vería a un hombre con el pelo ya encanecido, pero sólo Milagros podría encontrarse con un chico en pantalón corto lleno de partituras y de amor por la música. Así la conocí, en su casa: era la esposa de Miguel Frechilla; después, la madre de Ana, José Miguel, Cristina y Patricia... Nunca pensé que Milagros fuera a convertirse en una de las mujeres más importantes de mi vida, con la que podría hablar íntimamente, reírme a carcajadas y quererla muchísimo, hasta cuando se enfadaba conmigo...
Querida Milagros: siento el ruido de las puertas al abrirse y cerrarse cuando paseabas del brazo por Cigales con Miguel. Siento tu alegría, la fuerza de tu carácter y esa entrega incondicional a quienes amabas. Lo siento ahora y lo sentiré siempre, porque estarás en mi memoria mientras viva.





2 comentarios:

Recomenzar dijo...

Cuanta intensidad de palabras hay aquí me siento bien leyéndote gracias Saludos desde
Miami

Diego Fernández Magdaleno dijo...

Muchas gracias por tus palabras.
Un abrazo.