Era un adolescente cuando caminaba desde Medina de Rioseco hasta Palazuelo de Vedija. A veces me recogía algún coche, pero en más de una ocasión recorrí cada kilómetro a través de la geométrica belleza de los campos. Al llegar encontraba a Isolina. La sonrisa de Isolina. Allí, entre el bullicio de la partida y el inconfundible aroma que resulta del café y el humo del tabaco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario