El absurdo al que se ha llegado en el ámbito educativo tiene difícil superación... pero diariamente se supera. Una persona por la que siento un gran cariño me dijo hace poco, en síntesis, lo siguiente: no permitir que un alumno lleve en clase una camiseta con la imagen de Nacho Vidal desnudo, ni dejar que se siente en la banqueta del piano con los pantalones a la altura de la rodilla, supone "coartar su libertad". Me quedé atónito. Ella es una mujer que educa a sus hijos, les enseña a comportarse -¿no coarta su libertad cada vez que impide su actuación "espontánea" ante otras personas?- y, por si fuera poco, me encontraría muy tranquilo si mi hijo viviera con ella. Sé que estaría en las mejores manos. Entonces, ¿por qué esa contradicción?
Convertir a niños y adolescentes en caprichosos individuos cuya única obligación es "pasárselo bien" y hacer lo que les venga en gana es un gigantesco error que los incapacita para vivir en una sociedad respetuosa, porque sólo el respeto articula y hace habitable una comunidad de seres humanos realmente libres. Un adolescente ha de saber que no puede comportarse igual cuando se divierte con sus amigos que cuando está dentro del aula y también ha de saber que todos interactuamos con todos, por tanto, de la misma forma que tiene derechos, también tiene deberes. Convertir la escuela y el instituto en un remedo de Los mundos de Yupi es el peor sistema para que lleguen a ser verdaderos ciudadanos. Un estrepitoso fracaso les espera en cuanto se enfrenten al mundo y comprueben que no es lo mismo hacer las cosas mal o bien, que ya los padres no sirven como abogados permanentes que los eximen de toda responsabilidad. (Javier Urra contaba el caso de un adolescente que, al escuchar cómo el juez le condenaba a ser internado en un centro especial, le respondió: "Sí, porque tú lo digas". La existencia de unas normas -que él debía cumplir- le resultaba sencillamente inconcebible).
No debemos olvidar que esto se extiende -y es lo más grave- a los propios contenidos y criterios evaluadores del sistema de educación, ya que forma parte del mismo problema. ¿Cómo puede asombrarnos si hemos sufrido legislaciones que señalaban, por ejemplo, barbaridades como que "a partir de la aplicación de la ley, el error no será considerado ya como un defecto, sino como la expresión auténtica del dinamismo subyacente del alumno"? Eso es, para los estudiantes y para el conjunto de la sociedad, un colosal fraude. Y lo es, sobre todo, para quienes disponen de menos recursos, ya que su progreso se ha de basar en el mérito. Quien no tiene posibilidades para desarrollarse gracias al patrimonio o influencia de su familia, quien ha de estudiar en la universidad más próxima a su domicilio porque sus padres no disfrutan de posibilidades económicas, está siendo engañado por aquéllos que debieran protegerlo y, sin embargo, le instan a que dirija su vida por medio de impulsos y antojos, sin advertirle de que esa actitud le dejará indefenso y vulnerable.
¿Cómo hemos llegado a esto? Es muy difícil dar una respuesta. Creo que se debe a múltiples factores pero, a mi modo de ver, la falta de arrojo para denunciar y corregir esta lamentable deriva se sustenta en un miedo: dar la impresión de tener un criterio trasnochado o retrógrado. Conozco a quienes prefieren aparecer como cualquier cosa imaginable a ser calificadas, aunque sea sin ningún fundamento, como reaccionarias. Y lo peor de todo es que no hay nada más reaccionario que limitar las posibilidades de los que menos tienen y, por consiguiente, más necesitan de una infraestructura pública, sólida y eficaz.