Solía
decir Félix Antonio González que desde la muerte de su padre, el compositor
Félix Antonio, no había vuelto a poner las manos en un teclado para evitar que
los fantasmas le pasaran la hoja. En cualquier circunstancia de la vida, Félix
tenía la referencia de su padre, que no se proyectaba sobre él como una sombra
sino, por el contrario, como una luz que comenzó en su infancia y no le
abandonó hasta su muerte. Al describir esos primeros años, Félix dejaba
constancia de un mundo gris y triste, sórdido en ocasiones, pero cuyas
consecuencias nunca llegaron a afectarle gracias a su padre y al ambiente que
le rodeaba: la música, la literatura, las artes plásticas… Los amigos de su
padre le hacían partícipe de todo aquello con absoluta naturalidad: Félix leía
en los versos que llevaba a su casa Jorge Guillén, descubría la pintura
mientras veía los pinceles de Cristóbal Hall y, a los cinco años, recibió en su
casa la visita de Federico García Lorca, además de muchos otros artistas que
residían o se encontraban, circunstancialmente, en Valladolid.
Por
eso, cuando el compositor Francisco García Álvarez defendió el pasado lunes su
tesis doctoral sobre Félix Antonio, en la Universidad de Cantabria, me emocioné
al sentir la ausencia de Félix, porque habría comprobado que el excelente
trabajo de nuestro común amigo ponía de manifiesto lo que durante tantos y
tantos años parecía haber sabido sólo
él, como quien porta un maravilloso tesoro que es invisible a los ojos de los
demás, con la enorme tensión entre alegría y angustia que eso conlleva.
Estoy
seguro de que Félix hizo realidad, por un instante, algo anticipado en unos
versos suyos: “se me verá una lágrima... / O una estrella”.
(Artículo publicado el El Mundo, edición de Castilla y León, el 30 de septiembre de 2012)
Muy interesante la historia del compositor Félix Antonio y saber que era un padrazo.
ResponderEliminarMe gustan mucho tus artículos en "El Mundo" de Castilla y León. Muchos besotes, M.
Muchísimas gracias, Merche.
ResponderEliminarBesos,
Diego