El viernes di un concierto que llevaba por título Recordando a Ramón Barce. Decía Gustav Mahler que he el mejor modo de honrar a un compositor es interpretar su música.
Al terminar, mi alumna Luisa Vinuesa subió al escenario con unas flores que me enviaba Elena Martín, la inseparable compañera de Ramón.
Me encantaría que el acto hubiera sido como lo vio Fernando Manero desde su generosidad y cariño:
Ayer oi por vez primera tocar el piano a Diego Fernández Magdaleno. Coincidencias, viajes, situaciones diversas me lo habian impedido hasta ahora. Decidí, al fin, acudir a un concierto del ilustre pianista, nacido en la Tierra de Campos vallisoletana. Me apetecía disfrutar de un momento de satisfacción musical en una tarde relajada, tras un día de intenso trabajo. Siempre he deseado tocar el piano, pero, como el personaje de la película The Visitor (2007), he llegado tarde y ya no hay posibilidad de recuperar el tiempo que pude utilizar en esa tarea tan placentera.
Leal con sus amigos, Diego dedicó el concierto a la figura de Ramón Barce, recientemente fallecido, y de quien tantas veces ha hablado en su Las palabras del agua. Allí me presenté, y ésta es la sensación que tuve:
Suena el piano. El aire se detiene.
El silencio se transforma de repente
en sonidos que todo lo enriquecen.
La sala cambia de color y de sentido,
las aristas del espacio cobran otra dimensión
Ha llegado el momento de escuchar.
El deleite nos espera y lo esperamos todos.
Y escuchamos, asombrados,
lo que el piano transmite,
y que sabiamente Diego sabe transmitir.
Incesante, rotundo, decidido,
coherente, tierno a la vez.
Todas las actitudes se concilian en un rostro ensimismado,
que acostumbra a cuidar el detalle, a sentir cada tecla,
a crear expectación ante la nota que emerge y estalla.
Sin desfallecer, inagotables las manos.
Nos descubre la tenacidad y el empeño
que el artista ha de poner en la interpretación de la obra.
Nada queda al albur, nada a la improvisación,
todo está calculado,
porque así es la música.
Libertad creativa, disciplina para hacerla llegar
a un público entregado, que espera lo mejor,
mientras lo mejor le es entregado al fin.
El silencio se transforma de repente
en sonidos que todo lo enriquecen.
La sala cambia de color y de sentido,
las aristas del espacio cobran otra dimensión
Ha llegado el momento de escuchar.
El deleite nos espera y lo esperamos todos.
Y escuchamos, asombrados,
lo que el piano transmite,
y que sabiamente Diego sabe transmitir.
Incesante, rotundo, decidido,
coherente, tierno a la vez.
Todas las actitudes se concilian en un rostro ensimismado,
que acostumbra a cuidar el detalle, a sentir cada tecla,
a crear expectación ante la nota que emerge y estalla.
Sin desfallecer, inagotables las manos.
Nos descubre la tenacidad y el empeño
que el artista ha de poner en la interpretación de la obra.
Nada queda al albur, nada a la improvisación,
todo está calculado,
porque así es la música.
Libertad creativa, disciplina para hacerla llegar
a un público entregado, que espera lo mejor,
mientras lo mejor le es entregado al fin.
y bien que sentí no ir...
ResponderEliminarSeguro que si!!, seguro que fue, como mínimo, como describe Fernando...
ResponderEliminar!felicidades!
abrazos
¡Qué maravilla Diego!
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