Leo, en el suplemento de La Vanguardia, un artículo de Quim Monzó sobre lo que denomina "buitre de diarios", es decir, el "cliente de bar que irrumpe en el establecimiento con los ojos inyectados de deseo -digamos lector- y, antes aún de pedir una bebida o algo para comer, busca el rincón donde en todo bar se acumulan los periódicos del día. En cuanto lo localiza, despliega las alas y en vuelo rasante planea sobre él. Escoge uno de los ejemplares y, ya más calmado, busca un lugar en la barra o en una mesa, y hace su pedido".
Este prototipo del que habla Monzó es tan común que, después de leer el texto, en la cafetería de Mario Cubero he visto a dos de los más famosos buitres del local. Yo me pregunto si, con lo que al parecer disfrutan del periódico -no lo sueltan- es tan difícil o caro comprarlo en el quiosco. Puede que el placer sea cinegético y esté en el despliegue de alas y el vuelo rasante que describe Monzó. Aunque, me temo, también responde al irrefrenable y antiguo placer de fastidiar a los demás.