Recuerdo esos años de estudiante en el Conservatorio de Valladolid, la entrada al edificio del Hospital Viejo donde estaba ubicado, los retratos de Schubert y Wagner, los profesores -"¡Mira, Frechilla y Zuloaga!"- y, también, un hombre alto y delgado, con unas gafas en la punta de la nariz, al que todos preguntaban.
Ángel Luis García Fraile estaba junto a la directora, Angelines Porres, al frente de un engranaje que buscaba la eficacia y el afecto. Lo sentí como alumno y, después, como profesor. Me trataron con absoluto respeto desde el primer día. Fue una lección que nunca he olvidado.
Con el paso del tiempo pude conocer más al hombre ordenado, metódico, que colocaba la documentación y los expedientes sobre su mesa de trabajo. Hablaba de legislación -estudió Derecho- pero, un día, mientras consultaba expedientes, le escuché entre murmullos el inicio de El arte de la fuga. Comencé a entonar la respuesta y, tras reírnos, comprobé que Ángel Luis sabía de memoria cada una de las voces. Bach era una de sus grandes pasiones, pero creo que del compositor que más he hablado con él ha sido de Wagner. Estudiaba minuciosamente los textos, las relaciones de la mitología y el pensamiento del autor, la identificación musical de cada personaje, la audición comparada... se sumergía en ese mundo fascinante del que ya nunca puede salirse.
Cuando fui director del Conservatorio de Valladolid, Pedro Aizpurua me dijo que, ante cualquier duda, me pusiera en manos de Ángel Luis. Así lo hice, e incluso más: su hijo Luis fue vicedirector. Y ahí dejó de ser Ángel y pasó a ser el padre de Luis, mi compañero, mi amigo, un hermano. Comencé a verle con esa perspectiva del padre, a quererle de otra manera, mucho más profunda. Igual que a Marisa Vegas, su otro yo, parte de la memoria de nuestro conservatorio, que es la memoria de nuestra propia vida.
Querido Ángel Luis: te veo en esas fotos de niño cruzando las calles de Cervera de Pisuerga, mirando a la cámara como colegial de Santa Cruz, caminando por el paseo de Castro Urdiales, conmoviéndote con este Tristán, dirigido por Furtwängler, que escucho ahora. Tú y yo nunca nos deslizamos por la vida: notábamos la presencia de la muerte, su aliento que lo oscurece todo, aunque nunca pueda quitarnos esta belleza que es un fulgor que se le escapa y donde te seguiré encontrando mientras viva.
No conocía esas facetas de Ángel Luis. Gracias por darlas a conocer. Yo también guardo el recuerdo -mi recuerdo-de aquellos tiempos. Yo también soy de los que no se desliza por la vida. Un fuerte abrazo, maestro.
ResponderEliminarMuchas gracias y un gran abrazo.
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