lunes, 13 de agosto de 2018

En memoria de Pedro Aizpurua












Hace unos días grabé Meditación, una pieza que compuso Pedro Aizpurua en su juventud. Pensé que la escucharíamos juntos a su regreso de Andoain, donde pasaba el verano con su familia. Pedro acaba de morir. En una de nuestras últimas conversaciones comentamos unas palabras que repetía Raimon Pannikkar: "La vida nos ha sido dada y sólo se merece dándola". No dejaba de insistirme en que eso deseaba. Pedro sentía que una vida en plenitud, como la suya,  no se pierde sino que se entrega.
En los actos del Centenario del Conservatorio de Valladolid, recordé mis ojos de niño mirando a Pedro. No he dejado de aprender de él toda mi vida. No dejaré de hacerlo. 
Desde hace más de medio siglo, su presencia en Valladolid ha sido un verdadero regalo para los músicos. Pedro llegaba de sus viajes con un material tan valioso -y escaso en esos momentos- como las últimas obras de Ligeti, Boulez, Nono, Henze o Lachenmann. Lo compartía con la sencillez y la humildad que han ido dibujando su rostro y su voz a lo largo del tiempo. Pedro se refería a la música y, también, a las últimas exposiciones y películas, a los nuevos ensayos que iba a llenar de subrayados y originales anotaciones, muy útiles para quienes leeríamos esos textos enriquecidos por él. No conozco a nadie que haya vivido tal número de actividades con esa pasión y a la vez tan desanclado, en una profundidad que le impedía cualquier atadura o dependencia. 
Querido Pedro: siento tu generosidad, tu sabiduría y tu cariño. No podré olvidarlos porque siempre estarás presente, como un regalo, en ese silencio que tanto amabas. Allí volveré a darte las gracias por todo.

Pedro y mi hijo Pablo

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