Parece
que nada existe fuera de los datos, de las estadísticas convertidas en arma
arrojadiza de una posición y su contraria, como si el mundo se limitase a un
objetivo tan pequeño; como si la política debiera despojarse de toda
sensibilidad hacia los seres humanos. Una palabra que se desprecia e identifica
con algo a medio camino entre la fragilidad y la demagogia. Ante la palabra
“sensibilidad” está de moda responder: “por favor, hablemos en serio” y, acto
seguido, mostrar unas gráficas –generalmente manipuladas- donde se nos muestra
la salud de una persona como una variable más, y no siempre la de mayor
importancia. Tenemos, en demasiadas
ocasiones, la impresión de que los ciudadanos no son la finalidad sino el medio.
Y es un mensaje que va calando: he visto defender ciertos recortes a personas
que no podrían costearse el menor tratamiento fuera de la sanidad pública.
Nadie puede estar en contra de aumentar el control y la eficacia del gasto,
pero sí de una utilización de esos argumentos con el único fin de rebajar el
nivel de la atención a los enfermos.
Durante
meses, acompañé a mi padre cada vez que ingresó en el Hospital Pío del Río
Hortega, y estuve a su lado en las duras sesiones de quimioterapia. Aprendí
entonces que si uno de los cimientos de cualquier sociedad es la educación y el
esfuerzo que a ella se dedica, en su red sanitaria reside el corazón mismo de
los sentimientos de aprecio y respeto hacia los demás. Ese cuidado es la clave
de un baremo que se ignora en los informes a pesar de su enorme trascendencia,
ya que certifica no sólo la salud de los miembros de una comunidad, sino
también, y en idéntica medida, la propia salud de los valores que la dignifican.
(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 27 de octubre de 2013)
Tienes toda la razón, querido Diego. En el tiempo -breve- que ha trascurrido entre el fallecimiento de mi padre y mis visitas actuales al sistema público de sanidad he detectado el mismo cariño y la misma responsabilidad en los profesionales, pero he podido constatar los síntomas evidentes de los recortes intolerables en este campo.
ResponderEliminarTen por seguro, amigo Diego, que los ciudadanos no son mirados por el poder político como personas, sino como potenciales votantes que pueden mantener el particular interés de quienes lo ostentan; priman los datos y las apariencias. Ten en cuenta además que somos un país de extremos, de todo o nada, en el que pasamos de una dura autocracia de cuarenta años a una infumable pseudodemocracia de otros tantos, donde los partidos tienen disciplina (dictadura) de voto y los sindicatos están subvencionados con dinero público. Poco se puede esperar entonces de un sistema irracional, chapucero e insensible. No se quiere oír la razón, que advierte que los recortes empeoran la salud, disminuyen la productividad y aumentan el gasto, por razones obvias. No se quiere ordenar y planificar con sensatez. Y pedir sensibilidad ya es demasiado: supone alzar el espíritu y olvidarse de egoísmos, y esto no está de moda. Creo que queda mucho camino para recuperar lo bueno perdido y enterrar lo malo fomentado. Camino que habrá que enderezar y andar, pese a todo.
ResponderEliminarUn saludable abrazo.
Hola Diego,
ResponderEliminarDespues de una larga temporada en dique seco, he empezado un nuevo proyecto de blog de ciencia, con unos colegas
http://vidauniversoydemas.wordpress.com/
Agradecemos la difusion que puedas darle
Un abrazo