Este
agosto que ayer se despidió me ha dejado, igual que el resto de los meses,
algunas músicas y algunos libros a los que –estoy seguro- volveré. Junto a
ellos, quiero recordar un encuentro de amigos de la infancia donde pude sentir
lo mucho que nos unen esos primeros años en común: profesiones, ideologías y
creencias muy distintas, envueltas de forma natural en una raíz común,
alimentada por esos nombres, esas experiencias que no necesitaban ser
explicadas. Una palabra, un gesto nos llevaban a una reacción idéntica, a una
sonrisa o una mueca perfectamente sincronizadas, como un coro dirigido por ese
tiempo, lejano ya, que compartimos. Además, comprobé de nuevo lo fieles que
somos a un modo de comportarnos y a convertir lo aprendido muy pronto en una
segunda naturaleza: quien derrapaba entonces montado en la bicicleta, frenó el
coche rodeado de polvo en el camino de Castilviejo.
Al
pasar por la terraza de Cubero, ya en el centro de Medina de Rioseco, vi que sólo
quedaba una mesa vacía y pensé de inmediato en Adela Gutiérrez y David
Frontela. Sentados y mirándose, mientras un helado iba de una sonrisa a otra, y
yo contemplaba esa belleza insuperable del amor cristalizando ante mí, ajeno al
ritmo que asigna el verano a los sonidos de la calle, un verano al que mi
memoria les asocia.
No
están allí. Lo sé. Adela ha muerto. En uno de sus poemas, James Fenton
escribió: “Creo que los muertos quisieran / que llorásemos por aquello que han
perdido”. Pero lo que han perdido quienes hemos amado tampoco es nuestro por
completo. Nunca podremos disfrutarlo del todo, al menos con ese esplendor maravilloso
que Adela y David nos regalaban, con esa felicidad que será suya para siempre.
(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 1 de septiembre de 2013)
Emocionante y emocionado comentario, querido Diego, que comparto en aquello que se refiere al dolor y la nostalgia por la ausencia de los que ya no están con nosotros. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, querido Carlos.
ResponderEliminarUn gran abrazo,
Diego
La vida, como las palabras, brota de su manantial, fluye, regando y alimentando a cuanto se acerca a sus márgenes. Como el río, muere en el mar, donde recomienza su ciclo, que, por qué no, puede llevar fragmentos atómicos de nuestra esencia a los más distantes parajes del cosmos. Al menos me gusta creer que es así.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Juan.
ResponderEliminarPronto uno de mis mejores amigos comienza una nueva aventura y las frases de despedida me parecieron una forma de desearle lo mejor, de todas las que encontré este fueron de mis favoritas porque dejan muy claro que algún día espero volver a verlo.
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