La
situación dramática que vive el Centro Superior de Investigaciones
Científicas pone de relieve, una vez
más, las contradicciones entre el discurso oficial que elogia la ciencia como
factor decisivo e insustituible para la sociedad y el traslado de esas
convicciones a los presupuestos. Está claro que esa presumida convicción no
existe. Parece que la realidad es la descrita por Jorge Wagensberg: “Los países ricos saben que si son ricos es
porque hacen ciencia, mientras que los países pobres creen que si los países
ricos hacen ciencia es porque son ricos”.
Esta situación paradójica no es exclusiva de la
ciencia. También, de equivalentes formas, aparece en otros ámbitos culturales.
La importancia de las artes se destaca constantemente, llevada incluso al
centro de la identidad, al corazón mismo de aquello que define nuestra
ciudadanía y la articulación de todo tipo de relaciones colectivas. Sin
embargo, a pesar de este permanente elogio (que ha servido, también, para
justificar lo que nunca debió de ser justificado) los primeros recortes se
producen, por lo general, en esa cultura que se proclama indispensable de
manera unánime.
Pienso en esto mientras veo el enorme esfuerzo
desarrollado por el guitarrista Eduardo Pascual para llevar a cabo otra edición,
y son dieciséis, de un festival dedicado a la guitarra en Aranda de Duero.
Clases magistrales, conciertos, conferencias y un concurso internacional que ha
tenido en el jurado a personalidades de todo el mundo y cuenta en su palmarés
con jóvenes intérpretes de gran proyección: Marcin Dylla, Antoon Vandeborght,
Omán Kaminsky…
Eduardo Pascual Díez nos aporta una dosis de
ilusión y esperanza que todos necesitamos con urgencia.
(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 4 de agosto de 2013)
Pues sí que necesitamos una buena dosis de ilusión y esperanza, amigo Diego, en un país en el que cada vez cuesta más sonreír.
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