domingo, 14 de abril de 2013

Caminar juntos


Llega la carta de un gran amigo que suma a su talento como escritor una sutil capacidad para el análisis político. En el texto detalla sus últimas lecturas y, como es muy amable, se extiende sólo en las que supone interesantes también para mí: en primer lugar, y con mayor extensión, El refugio de la memoria, de Tony Judt; después, Hitch-22, las memorias de Christopher Hitchens,  y por último, La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre, un poeta que mi amigo y yo no hemos dejado de leer desde su conmovedora Antífona del otoño en el valle del Bierzo. Pero no son Judt, ni Hitchens, ni Mestre el motivo central de su texto, sino lo que señala como “esa corriente tan extendida de buscar lo peor de todo y de todos, que hace insoportable el hecho mismo de abrir el periódico o escuchar la radio en un mundo del que no se reconoce virtud alguna”. Coincidimos en la idea de que un cierto espíritu centrado en lo mejor de las personas ayuda a su avance. Al menos de un modo parecido al que Fernando Birri mostraba en su intento de explicar la utopía: consciente de que ésta iba alejándose en la misma medida que él iba avanzando, concluyó que la utopía servía para eso: para caminar.
Nos recuerda George Steiner que “los hombres son cómplices de aquello que les deja indiferentes”. Por eso el optimismo tiene que estar sustentado en el amor a los demás, no en una actitud vacía, basada tantas veces en la ignorancia, la omisión o el desprecio de los problemas que no sufrimos en primera persona y que, vistos desde la distancia, parecen menos importantes que las nimiedades agrandadas sin límite por puro narcisismo. Y nunca, en ninguna circunstancia, debemos hacer invisibles a quienes sufren.  

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