domingo, 28 de abril de 2013

Música para Gabriel


Aunque convivan a lo largo de muchos años con nosotros, hay personas que se hacen indisociables a una etapa precisa de la vida y resulta casi imposible construir su narración lejos de su presencia determinante.
Gabriel Pellitero se encontraba muy enfermo. Tanto que sentíamos la inminencia de su muerte, de esa despedida que transforma el mundo del que formábamos parte: el final del mundo, en palabras de Jacques Derrida, “como totalidad única, por lo tanto irremplazable y por lo tanto infinita”.
Recorro mi infancia y juventud, el color del verano sobre las eras y los parques de Medina de Rioseco que enmarcaban los juegos en un tiempo sin orillas. Si queremos saber quiénes estaban allí o no, basta con evocarlos y comprobar si su recuerdo proyecta esa luz idéntica, recién nacida siempre, inalterable.
Don Gabriel fue párroco de Rioseco durante más de medio siglo. Suficiente para ser testigo de toda felicidad y de toda tristeza. Ofició la boda de mi padre en 1970 y su funeral en 2005. En el mismo lugar de Santa María, la iglesia en cuyo órgano descubrí la inagotable hermosura de las músicas compuestas por Cabezón, Correa o Cabanilles. Las escucho ahora, mientras se alejan los ruidos de lo prescindible y sólo permanece esa armonía que desearíamos traer hasta nosotros y habitar en ella.
Conservo la imagen de don Gabriel en su despacho, rodeado de libros que suscitaban mi atrevida curiosidad: colocados juntos los que servían como registro de nacimientos y los que consignaban las defunciones. Entre esos volúmenes latían las serenas fuentes y las verdes praderas que él me mostraba en los Salmos.
Y hacia ellas caminó firme y seguro: convencido de que iba a disfrutarlas eternamente.

(Publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 28 de abril de 2013)

domingo, 14 de abril de 2013

Caminar juntos


Llega la carta de un gran amigo que suma a su talento como escritor una sutil capacidad para el análisis político. En el texto detalla sus últimas lecturas y, como es muy amable, se extiende sólo en las que supone interesantes también para mí: en primer lugar, y con mayor extensión, El refugio de la memoria, de Tony Judt; después, Hitch-22, las memorias de Christopher Hitchens,  y por último, La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre, un poeta que mi amigo y yo no hemos dejado de leer desde su conmovedora Antífona del otoño en el valle del Bierzo. Pero no son Judt, ni Hitchens, ni Mestre el motivo central de su texto, sino lo que señala como “esa corriente tan extendida de buscar lo peor de todo y de todos, que hace insoportable el hecho mismo de abrir el periódico o escuchar la radio en un mundo del que no se reconoce virtud alguna”. Coincidimos en la idea de que un cierto espíritu centrado en lo mejor de las personas ayuda a su avance. Al menos de un modo parecido al que Fernando Birri mostraba en su intento de explicar la utopía: consciente de que ésta iba alejándose en la misma medida que él iba avanzando, concluyó que la utopía servía para eso: para caminar.
Nos recuerda George Steiner que “los hombres son cómplices de aquello que les deja indiferentes”. Por eso el optimismo tiene que estar sustentado en el amor a los demás, no en una actitud vacía, basada tantas veces en la ignorancia, la omisión o el desprecio de los problemas que no sufrimos en primera persona y que, vistos desde la distancia, parecen menos importantes que las nimiedades agrandadas sin límite por puro narcisismo. Y nunca, en ninguna circunstancia, debemos hacer invisibles a quienes sufren.  

lunes, 1 de abril de 2013

Música y educación


Estoy seguro de que Ángeles Porres Ortún ha vivido muchas emociones en las aulas. Su modo de entender la educación, con las implicaciones personales que conlleva, producen hermosos frutos, merecedores por sí mismos de cualquier esfuerzo. Uno muy especial, sin duda, se produjo cuando un alumno ciego, al término de una de las clases, le expresó este deseo: “¡cuánto daría yo por ver tu cara!”, que manifiesta la gran sensibilidad pedagógica de la persona que tenía frente a él.
Ángeles Porres ha ingresado en la Real Academia de Bellas Artes de Valladolid con un discurso dedicado, naturalmente, a la música en la educación, donde recorre la importancia otorgada a la música en el devenir de la historia, uniéndola y relacionándola con otras disciplinas en un arco que sufre tensiones abundantes y complejas como ocurre en ese constante diálogo entre un contenido concreto y su inserción en un época determinada. Junto a ello, esa voluntad irrenunciable de acercar el hecho musical a todos, no sólo a compositores, intérpretes o investigadores.
Ángeles Porres Ortún -mi querida Angelines-, ha estado esperándome en muchos lugares, extendiendo ante mí las generosas manos de la cordialidad y la delicadeza. Por eso, al darle la bienvenida en nombre de la Real Academia de Bellas Artes, sentí mezcladas la ilusión y la sorpresa, al ser yo quien la estaba esperando, por primera vez. Forma parte de nuestra institución académica una gran profesora, una mujer de cualidades extraordinarias que están sostenidas y alentadas por una bondad sincera, por un contagioso espíritu que favorece la cooperación y el entendimiento, en la certeza de que el saber y el amor tienen por delante un camino infinito. 

(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 31 de marzo de 2013)