A la suerte de encontrar un libro que daba por perdido se ha sumado la de ver, al pasar las páginas, esta foto de la que tampoco sabía nada, en la que estoy con Ramón Barce en su casa de Madrid. No sé cuándo fue tomada exactamente, pero recuerdo que hacía un calor espantoso y yo tenía un fortísimo dolor de cabeza. También recuerdo haberme parado, como siempre, en el punto de la Puerta del Sol donde fue asesinado Canalejas mientras miraba el escaparate de una librería, algo que llevo haciendo desde que una profesora, en un viaje del colegio, nos lo relató de un modo tan magnífico que no puedo dejar de rememorarlo en cuanto llego a los aledaños de Sol.
Aunque Elena trabajaba ese día, pude verla un poco antes de que saliera. El resto, como cada minuto que he pasado con Ramón, fue inolvidable: era inteligente, divertido, de una bondad emocionante. Fui consciente de la fortuna que yo tenía en cada instante que compartí con él: nunca he necesitado que alguien muriese para saber si era una persona excepcional y necesaria en mi vida. Ramón lo era. Y en esta fotografía, con dolor de cabeza y cerca de cuarenta grados en la calle Mayor de Madrid, yo estaba disfrutando porque sabía que era un inmenso regalo tener un amigo como él.
Cenamos, después, muy cerca. Quedamos para hablar por teléfono al día siguiente. Y seguimos viéndonos y hablándonos, con la misma alegría, con la misma emoción, hasta diciembre de 2008.
Qué buen amigo eres de tus amigos, Diego. Me encanta tu fidelidad a todos pero especialmente a Ramón Barce, q.e.p.d. Besotes, M.
ResponderEliminarQué bien lo describes, Diego! La bondad, sí, emocionante... Y la inteligencia y la voz aguda y rugosa... Un abrazo!
ResponderEliminar