El
fulgor de la ceniza, de
Fernando Pizarro, es un maravilloso recorrido por Medina de Rioseco solamente
posible gracias a esa emoción que enciende la memoria: el latido humano que
habita siempre en el interior de cualquier acontecimiento. El primer lugar que
menciona este libro es el Monasterio de Santa Clara, cuya esencia quiere
recogerse en una exposición, Chiara, que se podrá visitar en el Museo de San
Francisco hasta el 8 de julio próximo. Documentos –la Bula fundacional,
concedida por Inocencio VIII en 1491-, libros –la Regla del convento, de 1498,
y la Regla de Tordehumos, de 1561, junto a volúmenes de épocas posteriores-,
pinturas, esculturas e incluso la reproducción de un íntimo espacio monástico:
una mesa, un baúl y un lecho de enorme sencillez y delicadeza.
Miguel
García Marbán ha coordinado una muestra con los elementos básicos, a través de
textos y obras artísticas, de una forma singular de sentir el mundo y habitar
en él. Es un acierto introducir en el espacio del museo un punto clave del
edificio de las Clarisas de Rioseco: el ámbito -que es también, sin duda, la
hermosa metáfora de un ideal de vida- en el que conviven el jardín, la huerta y
el cementerio. Se logra, entre otras razones, porque hay que salir al exterior
del museo y encontrar esa luz común antes de acceder a la cripta. Y
envolviéndolo todo, invisible y constante, un silencio conmovedor. Ramón Andrés
señala que “hay un silencio que procede del desacuerdo con el mundo, y otro
silencio que es el mundo mismo”. Hay una enorme belleza en despojarse de todo
ese ruido que nos rodea y dejarse llenar por un silencio que resulta ser, en
tantas ocasiones, el auténtico oxígeno de nuestro mundo interior.
(Publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 24 de junio de 2012)
Querido Diego, muchas gracias por tus generosas palabras que, sin duda, aciertan a describir el sentido de la exposición, que por cierto hemos prorrogado hasta el 29 de julio. Un abrazo. Miguel
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