sábado, 7 de julio de 2007

Teatro


En Ricardo III, de William Shakespeare, se produce una relación entre la crueldad del propio Ricardo y las confesiones dramáticas sobre sí mismo, que consigue una sorprendente verosimilitud en lo impuesto al personaje hasta encajarlo con su destino sanguinario. No hay perdón posible para Ricardo, pero sí hay coherencia para el lector del texto o el espectador de la obra teatral. Una búsqueda puesta de manifiesto en Looking for Richard, la película protagonizada por Al Pacino, que indaga en esta obra de Shakespeare desde diversos puntos de vista. Frederic Kimball hace en ella un apasionado alegato sobre la tradición, como herencia de los actores, con la que estoy plenamente de acuerdo. Aludo a esa idea en mis clases, porque estoy convencido de la importancia del trabajo del intérprete dentro de su lenguaje, ya sea músico o actor. Me interesa mucho la teoría del teatro porque encuentro en ella cuestiones esenciales que son válidas para la interpretación de la música. Libros como El teatro y su doble, de Antonin Artaud; Más allá del espacio vacío y La puerta abierta, de Peter Brook; El cuerpo poético, de Jacques Lecoq o El trabajo del actor sobre sí mismo, de Konstantin Stanislavski, entre muchos otros, me han resultados tan útiles como los específicos en materia musical.

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