Las Clarisas de Medina de Rioseco necesitaban unas clases de música destinadas al canto y a unos mínimos conocimientos técnicos para que el órgano acompañase la liturgia.
Había tocado, de niño y adolescente, en los triduos y novenas que se celebraban en los monasterios de Rioseco, pero a partir de esa cita dominical, siempre después de la comida, se fue tejiendo un cariño que no hizo sino aumentar con el tiempo.
Lejos de ser ellas las agradecidas -me recibían con dulces, pañuelos bordados con mis iniciales...- quien sentía una verdadera deuda era yo. Su actitud, el silencio misterioso de las galerías, la emoción con la que se referían a sus amados Clara y Francisco...
Sor Piedad ha muerto. Hablaba de su enfermedad con la ternura de quien cree que el amor y la vida son sinónimos.
En el monasterio, junto al claustro, conviven el jardín, la huerta y el cementerio. Está, en una imagen sola, toda nuestra existencia. Saber eso es, quizá, saberlo todo.
Nunca te olvidaré, Piedad, querida amiga.