viernes, 30 de diciembre de 2011

El fulgor de la ceniza

Ayer participé en la presentación de El fulgor de la ceniza, de Fernando Pizarro, que tuvo lugar en Medina de Rioseco:


Cada día de nuestra vida tiene una luz que viene del pasado. En ocasiones, como sucede con esas estrellas que han muerto pero aún nos iluminan, esa luz nos llega de personas y paisajes que ya no existen. La memoria es el camino que nos lleva hacia ellos. La memoria (igual que el amor, donde está el mundo entero, como en el poema de Heine) nos dice quiénes somos porque nos coloca en el lugar concreto desde el que miramos. Ese lugar, esa mirada, somos nosotros mismos.
Al abrir El fulgor de la ceniza podemos leer una frase de Novalis: “Toda ceniza es polen”. El pasado -esa ceniza- nos fecunda, como un polen esparcido por el deseo y la evocación constante, esa necesidad de sujetar el tiempo en las palabras, en esa idea de Virginia Woolf según la cual nada se produce, verdaderamente, hasta que no se escribe. Y es la escritura el modo de revivir ese latido, ese movimiento permanente que alienta el bullicio de la calle, o la impenetrable soledad del cementerio, descrito en esta obra y condensado por Joseph Roth al decir que “tenemos la patria donde están nuestros muertos”.
Fernando Pizarro ha escrito un libro sobre Medina de Rioseco. Pero, como él sabe mucho mejor que yo por su condición de magistrado, el testimonio es inseparable del testigo y, por ello, en cada página está su propia vida. Fernando nos muestra lo visto y lo sentido, apuntando siempre al fondo de lo humano: desde la emoción que habita en el silencio de la arquitectura, hasta el sufrimiento de los que aquí vivían durante la invasión francesa, poniendo ante nosotros, como escribió en un verso inolvidable, “esa parte del beso que no es el labio”.
No son únicamente piedras, bronces y maderas lo que ven sus ojos, sino el amor y el esfuerzo que los hizo posibles, el drama y la alegría que son ya sólo olvido. Por eso ha logrado un libro excepcional en el que no sólo está su vida y la de los personajes que menciona: también está la nuestra, agitándose entre las líneas, asintiendo ante la descripción del cine Omy o el Parque del Duque de Osuna; emocionándose ante el recuerdo del inolvidable Francisco Blanco, don Francisco, y el Colegio San Buenaventura; celebrando la prodigiosa belleza de la Capilla de los Benavente; disfrutando del paseo por la calle Mayor o el canal de Castilla. Y así nos damos cuenta, cada uno de los lectores, de tantas cosas compartidas sin saberlo, de todo eso que no tenemos que explicarnos, porque para nosotros todo, absolutamente todo en Medina de Rioseco, tiene un significado. Porque hemos visto las mismas procesiones, hemos sentido el mismo aroma mezclado de chopo y limonada en San Juan y hemos jugado juntos en las mismas calles; porque en el mismo altar se ha oficiado el entierro de muchas personas que amamos.
También por eso es tan emocionante para mí este libro: porque es necesaria una sensibilidad y un talento como los de Fernando Pizarro para hacernos partícipes a todos de lo que en principio es una experiencia singular: una prosa precisa, cincelada y, simultáneamente, poética y libre, siempre limpia y expresiva, ajena a los tópicos, conmovedora y rigurosa.
Fernando Pizarro retrata en su texto a un buen número de riosecanos, por diversas razones ilustres, como Ventura García Escobar, Benito Valencia Castañeda, Justo González Garrido o Galo Sánchez. Pero quiero terminar con los dos últimos nombres propios que figuran previos al epílogo de El fulgor de la ceniza. Los padres de Fernando Pizarro, Parmenia y Alberto. Ellos, y Alicia y Diego, mis padres, y los padres de cada uno de vosotros, son ese anclaje sin el cual la memoria es pura retórica. Ellos son los que hacen posible el regreso a otro tiempo, cuando la infancia era esa maravilla de la que aún no hemos sido capaces de recuperarnos, y dejábamos el aliento en los escaparates de Forito o El Capricho para ver los juguetes que ahora regalamos y así no perder del todo ese mundo que Fernando Pizarro ha retratado con tanta belleza en este libro.

lunes, 12 de diciembre de 2011