jueves, 8 de octubre de 2015

Burgos


Es muy difícil resumir una experiencia tan profunda como la que viví el viernes pasado en Burgos: cómo sintetizar una emoción que no deja de crecer y, por lo tanto, se resiste a ser delimitada. 
Quiero dar las gracias a Pedro Ojeda y a su Club de Lectura, a la Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad de Burgos y a la Fundación Caja Círculo por ese regalo maravilloso de propiciar un encuentro con lectores de El tiempo incinerado, mi diario de 2004. Digo "mi diario" aunque soy ahora una persona muy distinta de la que escribió ese libro. Tanto, que me reconozco sobre todo en los demás, en lo que sentía y siento por ellos. Sé que estoy moldeado por el amor de los otros, por la suma de compañía y ausencia con la que se teje la vida, la caricia y el dolor. Y la pasión por aprender y el placer de dudar: la duda es una rueda que permite al pensamiento poder moverse. 
Pedro, con inteligencia y delicadeza, fue abriendo senderos a través del libro y la memoria, senderos que recorría junto a todas las personas que se sumaron al diálogo. Fue estupendo ver a Amalia Trujillo y a Pilar M. Sancho, porque mi relación con ellas era virtual, a través de las redes sociales, pero mi afecto es tan real como si hubiésemos paseado juntos con la madre de Amalia, y las tres se cogieran las manos delante de mí. 
Fue magnífico compartir todo ello con los asistentes y saludar de nuevo a Óscar Esquivias (La ciudad de plata está en mi mesa de nuevo).
Gracias por la generosidad de leer esas páginas, de hacerlo con tanto rigor y sensibilidad. Y gracias, muchísimas gracias, por hacer que mi padre saliese de las páginas del libro y pudiera estar allí, viviendo en las palabras y la música de vuestro cariño.

Fotografía de Amalia Trujillo

Fotografía de Luis García Vegas