domingo, 25 de enero de 2015

Valladolid

El jueves intervine en la sesión que la Real Academia de Bellas Artes de Valladolid dedicó a la memoria de Juan Bautista Varela, junto a Benigno Prego, Joaquín Díaz y José Delfín Val. 


En una de sus inolvidables clases, Miguel Frechilla me habló de Juan Bautista Varela, un musicólogo que trabajaba ya en un gran proyecto sobre músicos vallisoletanos, además de otros temas, entre los cuales destacaba Juan Montes junto a otras figuras de la música gallega. Poco después lo conocí y comenzó una amistad que se ha transformado, como sucede tras la muerte de las personas que han significado mucho para nosotros, en una misteriosa compañía con la que convivimos para siempre. También empecé a leer sus artículos y libros, que iban desde la tonadilla escénica hasta la historia del Conservatorio de Valladolid, desde un estudio sobre el Dúo Frechilla-Zuloaga hasta un trabajo sobre la obra de Joaquín Díaz. Pero nada era sustituto de las conversación, porque a Juan Bautista le apasionaba hablar de sus investigaciones, de sus recuerdos… de cualquier asunto: hablar, compartir… Tuve la suerte de viajar con él a Galicia en varias ocasiones, y nunca olvidaré su terrible relato de Aurora Rodríguez Carballeira y su hija Hildegart, unidas a la biografía del pianista y compositor José Arriola; o las melodías de Montes, Chané, Veiga… que entonaba en cuanto nos acercábamos a esa Galicia de la que hablaba como del paraíso, de un paraíso que vinculaba a su infancia y a su paisaje, a la lengua y a la música. 
Recuerdo un largo paseo por Lugo, el día después de una conferencia concierto que hicimos juntos: bordeábamos la muralla y él hablaba de Juan Montes como si fuéramos a encontrarlo en cualquier momento, como si hubiera pasado por esos mismos lugares unos segundos antes. Un diálogo que podía comenzar por una descripción de ese Lugo romano, seguir por la construcción de la catedral, la poesía de Curros Enríquez y terminar por las diferencias gastronómicas entre Galicia y Castilla en una mesa de Casa Rivas. La suma de todo ello, gracias a un entusiasmo contagioso, era la verdadera experiencia de su amistad. Un entusiasmo que impulsaba sus incansables proyectos para recuperar y difundir las músicas de tantos compositores olvidados. Colaboramos juntos en esa tarea y llevamos a cabo artículos, conferencias, conciertos y grabaciones sobre Félix Antonio, Jacinto Ruiz Manzanares, los hermanos Villalba, o los mencionados Juan Montes y José Arriola. También, sobre compositores contemporáneos como nuestro querido amigo y compañero Pedro Aizpurua. 

Quiero añadir una característica de Juan Bautista Varela que siempre será inspiradora para nosotros: el amor por la música, la emoción por el descubrimiento de una nueva partitura, de un dato revelador, del desconocido nombre de un músico que escribía en un pequeño lugar de Valladolid, Palencia o Lugo…Todo ello revela el profundo respeto por el trabajo de los demás y su aportación a que el polvo del tiempo no sepultase tantas y tantas partituras como había visto a lo largo de su vida: montañas de papel pautado mudo, esperando décadas, incluso siglos, para ser escuchado, para existir en su auténtica voz.