domingo, 17 de febrero de 2013

El árbol de la vida


Ha muerto Eugenio Trías y se han sucedido artículos y comentarios sobre su obra, destacando la importancia de un autor sin duda determinante en la filosofía española contemporánea.
Al abrir por primera vez La dispersión, me causó cierta sorpresa que estuviera dedicado a Beethoven. Nada sabía yo entonces de la pasión musical de Trías (“la mayor pasión quizás dentro de las pasiones íntimas e intransferibles junto con la filosofía”, dice en su volumen de memorias, El árbol de la vida), pero ya nunca dejé de leerlo. Hay señales en mi ejemplar de muchos aforismos que se abrían paso entre lo poético y lo filosófico, alimentándose de ambos, como dejaba explícito en el texto: “El pensamiento mágico no pregunta, exclama”. “El dilema es preguntar o cantar”.
Aunque tuve la fortuna de conversar en varias ocasiones con él, la noticia de su fallecimiento ha puesto ante mis ojos nuestro encuentro en la Feria del Libro de Valladolid, donde participamos en una mesa redonda con José Luis Téllez y Enrique Gavilán. Al término de las preguntas y respuestas, cuando cada uno se encaminaba hacia su casa o su alojamiento, Trías me propuso tomar un whisky –lo que en mi caso se convirtió en café…- y en un ambiente muy grato y para mí inolvidable, habló de sus contradicciones (un fermento esencial de cuanto es pensado), de su amor por la música (sobre la mesa estaba El canto de las sirenas), el cine (le mencioné a Alfred Hitchcock, deliberadamente), del papel de la filosofía en la sociedad actual y del periodismo frente al poder político. Todo salpicado por una sonrisa irónica que relacionaba temas y subrayaba algunas anécdotas: una manifestación más de ese talento portentoso que echamos tanto de menos.

(Publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 17 de febrero de 2013)

domingo, 10 de febrero de 2013

París

El pasado martes toqué en París dentro de los actos en homenaje a Jordi Savall que llevó a cabo France Musique. Un día inolvidable.





Excepto esta última foto, el resto las hizo Irène Bloc, una persona extraordinaria, a quien tuve la suerte de conocer allí. 

domingo, 3 de febrero de 2013

Ensayo general


Creo que nunca he contado a Fernando Pizarro cómo llegué a su primer libro de poemas. Lo vi en un escaparate, rodeado de textos que nada tenían que ver con él ni en cuanto al contenido  -actualidad política, sobre todo, de muy escaso alcance- ni, mucho menos, por su importancia en mi vida. Leí el título, Ensayo general, y lo compré absolutamente convencido de que se trataba de una obra sobre música... Al entrar en una cafetería, en esos minutos insustituibles de leer algunas páginas de los libros recién nuestros, supe que se trataba de un poemario.
Muy al principio, tras unos versos de Alfonso Costafreda ("Por esta ciudad / he caminado tanto, / que todo dolor mío / encuentra aquí su nombre"), la geografía íntima de esa "Ciudad Diciembre", síntesis poética de Valladolid. Y antes de entrar en ella, anunciando el lugar desde donde va a ser mirada, con ese ritmo inconfundible, deja la voz a Jaime Gil de Biedma: "Más, cada vez más honda / conmigo vas, ciudad, / como un amor hundido, / irreparable".
Después de haber alcanzado el interior de esa “ciudad esmerilada por la niebla”, he querido encontrar la doble marca que el transeúnte y su entorno se dejan entre sí: una impresión que no se apoya siempre en un lugar visible, en calles y fachadas, sino en la intimidad de las personas, de los seres desnudos y frágiles que dibujan, día a día, una parte invisible de la historia.
Ahora, al ver Amor, de Michael Haneke, siento esa transformación de la ciudad gracias a una poesía que lentamente va posándose en las luces de los edificios, y en el escalofrío compartido por quienes, junto a mí, salen del cine con la certeza de que en una sola habitación, en una sola, el mundo entero cabe.
(Publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 3 de febrero de 2013)