viernes, 21 de septiembre de 2012

Una historia de la Academia


Al visitar la exposición dedicada a la Real Academia de Bellas Artes de Valladolid, en la Sala de Las Francesas, recordé a Miguel Frechilla en su estudio. Allí, entre centenares de libros, discos y partituras que Miguel puso en mis manos con una generosidad extraordinaria, me habló de la Real Academia, a la que pertenecía desde 1987. Lo hizo mientras me regalaba un ejemplar de su discurso de ingreso, dedicado a la obra pianística de Manuel de Falla, cuya lectura comencé al tiempo que bajaba las escaleras, de vuelta a casa, con un nuevo texto en el que pensar, para ser comentado con él una semana más tarde. Ese día, Miguel me explicó las funciones de la Real Academia junto a un breve repaso de su historia (se fundó en 1779 por un grupo de aficionados a las matemáticas y fue admitida, en 1783, bajo la real protección de Carlos III…) con esa curiosidad vitalista que le hacía interesarse por todo y contagiar su entusiasmo a quienes le rodeaban.
Y, naturalmente, la primera vez que asistí a un acto de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción fue a una conferencia suya, rodeado de sus compañeros, de los que me había hablado para que no perdiera ningún detalle que considerase importante en mi formación.
Cuánto me habría gustado pasear con él por esta muestra que lleva una parte del legado de su querida Real Academia a la ciudad en la que siempre vivió. Tanto como que conociera a los nuevos compañeros y disfrutase de su trabajo y su amistad, del cuidado y preservación del patrimonio y el impulso a la creación contemporánea que esta institución, presidida actualmente por Jesús Urrea, se esfuerza en promover y difundir, con esfuerzo y amor, entre todos nosotros. 


(Artículo publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 16 de septiembre de 2012)

jueves, 20 de septiembre de 2012

Tardes de arte

El pasado sábado participé en el ciclo "Tardes de arte", organizado por el Ayuntamiento de Medina de Rioseco. 
Consistió en un diálogo con Miguel García Marbán, que fue tan amable y generoso de prepararlo con un extraordinario rigor y afecto. Como ejemplo diré que, antes de comenzar, me recordó un par de anécdotas mías que yo mismo había olvidado. 
Gracias, mil gracias a Miguel, a los organizadores y a los muchos amigos que me acompañaron: si todo lo que hago en Rioseco tiene una emoción especial es, precisamente, porque ellos están allí. 



martes, 11 de septiembre de 2012

Ramón

A la suerte de encontrar un libro que daba por perdido se ha sumado la de ver, al pasar las páginas, esta foto de la que tampoco sabía nada, en la que estoy con Ramón Barce en su casa de Madrid. No sé cuándo fue tomada exactamente, pero recuerdo que hacía un calor espantoso y yo tenía un fortísimo dolor de cabeza. También recuerdo haberme parado, como siempre, en el punto de la Puerta del Sol donde fue asesinado Canalejas mientras miraba el escaparate de una librería, algo que llevo haciendo desde que una profesora, en un viaje del colegio, nos lo relató de un modo tan magnífico que no puedo dejar de rememorarlo en cuanto llego a los aledaños de Sol. 
Aunque Elena trabajaba ese día, pude verla un poco antes de que saliera. El resto, como cada minuto que he pasado con Ramón, fue inolvidable: era inteligente, divertido, de una bondad emocionante. Fui consciente de la fortuna que yo tenía en cada instante que compartí con él: nunca he necesitado que alguien muriese para saber si era una persona excepcional y necesaria en mi vida. Ramón lo era. Y en esta fotografía, con dolor de cabeza y cerca de cuarenta grados en la calle Mayor de Madrid, yo estaba disfrutando porque sabía que era un inmenso regalo tener un amigo como él. 
Cenamos, después, muy cerca. Quedamos para hablar por teléfono al día siguiente. Y seguimos viéndonos y hablándonos, con la misma alegría, con la misma emoción, hasta diciembre de 2008.  

domingo, 9 de septiembre de 2012

¿Volver a empezar?


Esa ilusión de dividir el tiempo: pensar que comienza otro capítulo donde los errores puedan corregirse, junto al deseo de que una esperanza, mayor o menor fundada, se disuelva entre los números de un calendario que va sucediéndose, implacable, en el intento de aportar un orden y, con él, un espejismo de tranquilidad.
El nivel de incertidumbre necesita un equilibrio, ya que su descompensación tiene efectos inmediatos: cuando ese nivel es mínimo, aparece el hastío; cuando es elevado, todo se tiñe de angustia y miedo. Podemos aplicarlo a cualquier ámbito y, por supuesto, a nuestra propia vida, que necesita referencias ya experimentadas, imprescindibles para sentir cierta seguridad, pero también, de forma inseparable, precisa del estímulo de lo desconocido que alimenta la pasión por descubrir y llevar más lejos ese horizonte inicial con el que nunca tenemos que conformarnos.
No es fácil encontrar en las últimas décadas un nivel de incertidumbre tan alto como el de este curso que ahora comienza. Parece que ha pasado a ser provisional incluso aquello que considerábamos consolidado e inamovible: los cimientos de un concepto específico de sociedad. Las gravísimas consecuencias de la crisis no sólo dejan sin respuestas –creíbles, al menos- a buena parte de quienes tan brillantemente analizan por qué erraron en cada uno de sus diagnósticos previos, sino que ha desplazado las preguntas esenciales sobre el lugar que ocupa el ser humano en una actividad política que lo ha excluido -o al menos lo empuja- del centro de sus preocupaciones para transformarlo en un factor secundario, muy lejos de esa idea que expresó Václav Havel de un modo tan bello y sintético: ética puesta en práctica.  

(Publicado en El Mundo, edición de Castilla y León, el 2 de septiembre de 2012)